0 COMENTARIOS 14/11/2021 - 08:57

Geográficamente africano, políticamente europeo y culturalmente muy cercano a Latinoamérica, Canarias es un archipiélago que ha hecho méritos históricos de sobra para presumir de la etiqueta ‘tricontinental’.

En el transcurrir de los siglos, Canarias se ha ido acercando o alejando de los continentes vecinos al ritmo de los cambios económicos o políticos de cada época. Como si fueran ‘balsas de piedra’, usando la expresión de José Saramago, las Islas han navegado por el Atlántico siguiendo los vientos de la historia, para dar lugar a una sociedad y a una cultura mestizas, que han bebido de múltiples influencias, siendo la africana una de las más importantes y de las más pioneras.

En el conocimiento del mundo aborigen de Canarias todavía están pendientes de resolver varias cuestiones claves, aunque parece claro que la población primitiva de las Islas procedía del norte de África. No se sabe con total seguridad cuándo vinieron, cómo lo hicieron o con qué motivaciones, así como tampoco está claro el papel que tuvieron las grandes civilizaciones del Mediterráneo (fenicios, romanos o cartagineses). Dejando a un lado las dudas respecto a todo lo relacionado con la llegada, un amplio rastro de evidencias señala que guanches, majos, bimbaches y demás tribus isleñas tenían sus raíces en el norte de África. Desde restos arqueológicos de distinto tipo y registros epigráficos o toponímicos, hasta las fuentes etnohistóricas clásicas o las investigaciones genéticas más recientes, todo apunta a una zona geográfica llamada durante mucho tiempo Berbería, por el dominio de los pueblos bereberes, también denominados amazigh.

Tras la caída de Roma, Europa quedó ensimismada en sus divisiones medievales y en la defensa del cristianismo frente al crecimiento del Islam. Los europeos no volvieron a reencontrarse con las Islas que ya bosquejaban los mapas romanos y que los árabes también nombraron hasta finales de la Baja Edad Media, cuando las coronas europeas empezaron a navegar con más soltura por el Atlántico.

Aunque la conquista europea de Canarias también tuvo una clara vinculación con lo que sucedía en África, porque se emprendió dentro de la estrategia de conseguir defensas en el norte del continente frente al Islam, el resultado pronto produjo un giro copernicano en la situación de nuestro Archipiélago. El cambio fue total: tras casi un milenio en el que los primitivos isleños de origen africano siguieron con sus modos de vida sin contacto con los europeos, la llegada de los castellanos no solo impuso el mundo tardomedieval en Canarias, sino que convirtió al Archipiélago en el enlace con América.

Los señores feudales practicaban las razias en las costas de las Islas

Para Castilla, Canarias fue un hallazgo de lo más interesante: estación ideal en el camino a las Indias, atalaya desde la que acercarse a África, zona para expandir sus negocios y territorio perfecto en el que experimentar con los ‘indígenas’ las tácticas que luego seguirían en América. Canarias fue algo así como un laboratorio de lo que luego sucedería en América y África. No obstante, la vinculación con el África limítrofe de Canarias sufrió rápidas complicaciones, ya que los planes castellanos de penetración armada duraron poco. Se lograron establecer varias torres-factoría en la costa, pero se fueron perdiendo hasta que la última y más importante, la situada en Santa Cruz de la Mar Pequeña, cayó en 1524. Además, en África predominaban las apetencias del reino de Portugal, la otra potencia naval de la época, de manera que en los tratados de los siglos XV y XVI Castilla logró el reconocimiento de Canarias a cambio de renunciar a otras pretensiones en esa zona.


Mapa colonial de África en 1914. Imagen: Milenioscuro.

El anclaje oriental

Rotos los lazos ancestrales, lo que sucedía en la cercana costa africana empezó a verse con temor, mientras la corona española se volcaba en América. Con Canarias plenamente europeizada, las relaciones estuvieron marcadas por la violencia mutua. Corsarios norteafricanos atacaron con frecuencia las Islas (en 1618, piratas argelinos se llevaron casi 1.000 cautivos de Lanzarote), mientras los señores feudales de Fuerteventura y Lanzarote practicaban habitualmente las razias en la costa majorera, para llevarse prisioneros. La trata de personas era una forma de negocio que, además, daba continuidad a una dinámica de lucha interreligiosa muy parecida a la que habían vivido durante siglos en la Península Ibérica. Este comercio dejó huella en las poblaciones de Fuerteventura y Lanzarote que, muy afectadas por estar en primera línea y tener escasas defensas, vieron cómo se fue integrando a su escaso censo de habitantes un importante contingente de origen morisco en los siglos posteriores a la conquista europea.

Incluso en los momentos más virulentos de estos ataques, Canarias, y especialmente las Islas más orientales, mantuvieron intereses en África ligados al comercio y, sobre todo, a la pesca. Los barcos de Fuerteventura, Lanzarote y Gran Canaria conocían bien las rutas de la ‘Mar Chica’ o ‘Mar Pequeña’ y sus abundantes recursos pesqueros. El navegante y comerciante inglés George Glas llamó la atención internacional ya en el siglo XVIII sobre la potencia de esas pesquerías, aunque las autoridades canarias ya llevaban tiempo indicando a la Corona la necesidad de reforzar las posiciones españolas ante esas fuentes de riquezas. Estas peticiones comenzaron a ser más escuchadas en el siglo XVIII, con la firma de los primeros acuerdos con el sultanato de Marruecos, para volverse más urgentes en el siglo XIX, a causa de la carrera imperialista de los países europeos.

España era una potencia europea menor en el siglo XIX, alejada de un desarrollo industrial fuerte y con problemas para mantener sus últimas provincias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Esto no fue óbice para intentar poner en marcha un espacio marítimo-colonial en el noroeste de África, logrando que se le reconocieran territorios en la zona de Marruecos, Sahara y Mauritania, al tiempo que consolidaba sus posiciones en el golfo de Guinea (Fernando Poo, Río Muni, etcétera).


Ilustración de Fernando Barbarín.

Siglo XX

Durante gran parte del siglo XX España poseyó amplios territorios africanos con los que Canarias mantuvo estrechas relaciones. Con la llamada Guinea Española o Guinea Ecuatorial, las Islas Canarias sostuvieron lazos económicos y sociales muy importantes (transportes, emigración, intercambios comerciales, etcétera), aunque con la vecina costa sahariana los vínculos fueron aún más fuertes, especialmente para Fuerteventura y Lanzarote. La primera acogió a gran parte del contingente militar y humano que salió del Sahara español tras la desastrosa descolonización de 1975 y la segunda basó su economía en la industria pesquera derivada de la costa africana. Además de estos dos hitos, los contactos de Canarias con estos territorios, hasta la descolonización, eran tan continuos o más como los que se tenían con la Península Ibérica. Incluso en la época de la Guerra Civil y la posguerra, muchos canarios, especialmente de Fuerteventura y Lanzarote, emigraron a hacer negocios a zonas españolas y francesas de la costa más cercana: comercio, construcción, minas y, sobre todo, pesca. Fue otro momento de esplendor: ir al Sáhara era como ir a otra provincia española.

España retomó el interés por África con la carrera colonial europea del siglo XIX

Todo cambió con la descolonización, que, además del problema del Sáhara Occidental o Sáhara español, dejó ecos políticos muy diversos en Canarias, afectando también a la oleada nacionalista de la segunda mitad del siglo XX. En ese sentido, el asentamiento de un líder destacado de ese movimiento como Antonio Cubillo en Argelia no fue un hecho menor en la configuración del sentimiento independentista canario.

A partir de la descolonización, Canarias no solo se despegó políticamente de África, sino que inició una evolución socioeconómica muy distinta a la que seguían los países africanos del entorno. Mientras nuestro Archipiélago se integraba en el club de los países ricos y democráticos de Europa, la UE, sus vecinos africanos han vivido décadas complicadas, más caracterizadas por crisis que por progresos. La relación con África hoy en día está muy marcada por la fuerte presión migratoria y el rastro trágico de los naufragios de las frágiles embarcaciones que cruzan la ‘Mar Chica’, la misma mar que antes atravesaban los barcos canarios en busca de pesca. A los fantasmas del pasado se ha unido la aporofobia actual, siendo África casi un sinónimo de pobreza para los oídos europeos.

En las últimas décadas, las pateras han copado los titulares, pero también han crecido poco a poco los enlaces culturales, donde sobresale en el campo de la arqueología, y especialmente los económicos, con grandes empresas canarias invirtiendo en distintos sectores claves de Cabo Verde, Marruecos, Mauritania u otros países cercanos.

¿África como oportunidad o África como problema? Está por ver si el siglo XXI sirve para que Canarias estreche lazos o cree más vacíos con el continente vecino, por mucho que la geografía sea un condicionante difícil de olvidar y si no que se lo pregunten a los millones de turistas europeos que vienen cada año atraídos por las bondades africanas de nuestro clima.


Pescadores del armador lanzaroteño José Rodríguez Cabrera, más conocido como Fefo Rodríguez (aparece el segundo de la segunda fila, con sombrero, empezando por la izquierda), faenando en Cabo Blanco en los años 50. Imagen cedida por José Manuel Rodríguez.

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