EL PERISCOPIO
Por Juan Manuel Bethencourt
Es curioso: en las Islas alimentamos un modelo económico intensivo que atrae población y luego lo lamentamos
El mantra de la superpoblación vuelve a sobrevolar la actualidad del Archipiélago, pronosticando catástrofes de envergadura como consecuencia directa del incremento en el número de residentes en Canarias. Según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), las Islas podrían ganar 350.000 habitantes en la próxima década y media, hasta superar holgadamente los dos millones y medio. En el condicional de tal afirmación es obligado expresar una primera reserva, pues se trata de un pronóstico que podría cumplirse o no. Sea como fuere, como titular resulta lo suficientemente poderoso como para disparar otro tipo de especulaciones, casi todas ellas relacionadas con sus consecuencias negativas. Porque, esta es una conclusión cantada que remite a uno de los viejos mantras de nuestra tierra, la capacidad de carga de las Islas ya está agotada con los más de dos millones de personas que viven aquí, unidos a una cifra de visitantes que ronda los 15 millones en condiciones normales.
Canarias es la octava comunidad autónoma española en el ranking por número de habitantes, prácticamente empatada con su espejo en materia demográfica, el País Vasco (en otros parámetros que miden el bienestar, digamos que ese objetivo está más complicado). No anda demasiado lejos de Castilla y León y Galicia, a las que podría superar atendiendo a las citadas previsiones del INE. Por delante, obviamente, están la Comunidad Valenciana y las tres regiones más pobladas, que son, por este orden, Andalucía, Cataluña y la Comunidad de Madrid. Y este dato de Canarias, ¿es bueno o es malo? Para empezar, es consecuencia de nuestras propias decisiones, así que en todo caso no es cuestión de lamentarnos ni de pronosticar desastres. Por ejemplo, habría que tomar decisiones más relacionadas con el modelo económico que con los preceptos legales.
La hipótesis de regular la residencia en las Islas (para limitarla) es una trampa en la que a veces a los canarios nos gusta meternos. Es curioso: alimentamos un modelo económico intensivo que atrae población y luego lamentamos esa misma consecuencia por las externalidades negativas que produce, como el consumo del territorio (no tanto, en realidad), la producción de residuos, la saturación de los servicios públicos y la escasez (está sí, clamorosa) de viviendas.
No obstante, es obligatorio recordar algo: el incremento de la población es consecuencia del crecimiento económico, y no al revés. Muchas preguntas sobre el acontecer futuro de las Islas carecen de respuesta clara, y más en un mundo como el del siglo XXI, complejo y cambiante a la par. Pero tal certeza no puede ser el argumento previo para la construcción de falsedades. Una mirada a nuestro pasado nos dice que la Canarias fortaleza, cerrada sobre sí misma y temerosa de lo que viene de fuera, carece por completo de futuro y además traiciona su esencia fundacional, esa que nos convierte por derecho propio en territorio de tránsito, intercambio y mezcla.
El Instituto Nacional de Estadística no explica los principios sobre los que ampara sus pronósticos de crecimiento de la población canaria, pero sin duda debe hacerlo sobre los cimientos de un desarrollo económico robusto de las Islas en el plazo de tiempo fijado, los próximos quince años. Porque la gente va hacia los sitios donde hay trabajo, entre otras condiciones elementales para tomar tal decisión. No es el incremento de la población el que alimenta la economía, es lo opuesto, y como prueba tenemos la propia evolución demográfica de unas islas comparadas con otras. El estancamiento de La Palma contrasta, en este sentido, con el incremento experimentado por Fuerteventura y Lanzarote. No ha sido magia, ha sido la economía.
Un apunte más. La población de las Islas ya se enfrentó a un crecimiento demográfico acelerado en tiempos cercanos. Y también fue, vaya casualidad, de 350.000 habitantes, como predice ahora el INE. Pero ocurrió en la mitad de tiempo, entre 2000 y 2007, cuando la población de Canarias creció cada año en 50.000 personas o, lo que es lo mismo, incorporó a su padrón de residentes una ciudad del tamaño de Arrecife cada año. Ya entonces aparecieron los primeros cantos de sirena sobre la superpoblación del Archipiélago y sus efectos nocivos, obviando que estábamos ante una consecuencia de nuestro modelo económico de crecimiento acelerado sobre las bases del turismo, la construcción, el comercio, el dinero barato, la deuda privada y un consumo desaforado. El sueño se rompió a partir de 2008 y desde entonces la población canaria solamente ha crecido en 100.000 personas, lo que es un balance bastante magro que incluso ha apuntado al estancamiento. Y es normal, porque en esta última década y media han pasado algunas cosas: la Gran Recesión, una recuperación lastrada por los límites al endeudamiento, la pandemia y finalmente la crisis energética provocada por la guerra de Ucrania.
Por tanto, antes de lanzar las campanas al vuelo o practicar el masoquismo deberíamos hacer el esfuerzo por conocer qué clase de mundo tendremos a la vuelta de esos quince años. Y a partir de ahí quizá podamos tomar algunas decisiones inteligentes sobre nuestro crecimiento y los rasgos del mismo. Pero no caigamos de nuevo en el autoengaño de pedir una cosa (moderación demográfica) y la contraria (crecimiento económico basado en vectores que atraen población), porque de ese modo no llegaremos a ninguna parte, salvo a (esto es muy canario también) lamentar nuestro propio infortunio.
Comentarios
1 Luis Arencibia Dom, 04/12/2022 - 11:30
2 Anónimo Dom, 04/12/2022 - 12:06
3 Anónimo Dom, 04/12/2022 - 12:11
4 Anónimo Dom, 04/12/2022 - 14:40
5 Anónimo Dom, 04/12/2022 - 21:13
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