BLOG EL PASEO
Por Saúl García
No olvidemos que los intereses de los saharauis también son los intereses de España porque muchos de ellos también son españoles
Tanto en la carta enviada por Pedro Sánchez a Mohamed VI como en las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores de España se habla de que la propuesta de autonomía de 2007 de Marruecos para el Sáhara es la propuesta “más seria, realista y creíble”. La más seria no es porque desprecia las sucesivas resoluciones de la ONU. Es posible que sea la más realista, dado el tiempo transcurrido sin solución y aunque eso no signifique otra cosa que el fracaso de la diplomacia o la constatación de que el Derecho internacional sigue teniendo una única ley en vigor, que es la del más fuerte. Que sea la más creíble o no da lo mismo. Es una cuestión de fe.
Pero el ministro Albares dijo más cosas. Primero habló del gas de Argelia y después dijo esto: “Los intereses de los canarios, de los melillenses, de los ceutíes, de los andaluces tienen que estar protegidos y defendidos especialmente en tiempos tan convulsos donde el orden europeo está siendo amenazado tan directamente en Ucrania. Afrontamos este nuevo periodo con la determinación de abordar conjuntamente los desafíos comunes. En particular, queremos reforzar la cooperación en la gestión de los flujos migratorios en el Mediterráneo y en el Atlántico”.
Cuando se habla de intereses de un país, siempre se trata de intereses económicos. Y sería un milagro que los intereses económicos de un país coincidieran con los intereses económicos de la mayoría de sus ciudadanos. Si usted o yo tenemos interés en que nuestro país respete los derechos humanos, aunque ese respeto sea para ciudadanos extranjeros, pues ese interés no entra en la categoría de intereses. Y no olvidemos, por otra parte, que los intereses de los saharauis también son los intereses de España porque muchos de ellos también son españoles.
El ejemplo del gas se entiende claro y lo de la gestión de los flujos migratorios, más aún. Se trata de un pacto de ocultación. Reforzar la cooperación significa que Marruecos va a intentar impedir que salgan pateras de su costa o que lleguen personas hasta la valla de Ceuta o Melilla. ¿Eso soluciona un problema? No, pero lo dejamos de ver de cerca. Que no lleguen a la costa no quieren decir que no sigan emigrando. Que no se jueguen la vida en el mar no quiere decir que no se la sigan jugando.
Escribía este fin de semana Lluís Bassets en El País en un artículo titulado Nunca dos guerras a la vez que “Europa no puede permitirse una crisis en el flanco meridional, donde se halla la alternativa al gas ruso”. Decía que Marruecos ha sabido jugar muy bien sus cartas y añadía: “Tratándose además de autocracias, en nada influirán las opiniones públicas ni mucho menos los escrúpulos morales”. Y si cambiamos autocracias por democracias, pues tampoco pasa nada.
¿Entran los escrúpulos morales en la categoría de intereses? No. Lo explica mejor el filósofo Ernesto Castro, también este fin de semana: “La política y la guerra es el acto más inmoral que puede haber. La moralidad y la política, como ya sabía Maquiavelo, son dos órdenes distintos de valoración. Lo que desde el punto de vista ético es una virtud, desde el punto de vista político, es un vicio”.
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