EL PERISCOPIO
Por Juan Manuel Bethencourt
Madrid se hace más rico a base de empobrecer al resto de España. Es un modo extraño de hacer patria
Los impuestos, combinados con la amenaza que supone una inflación galopante y sobre todo persistente, asoman para marcar la pauta de la campaña electoral de mayo próximo. No se me ocurre un marco discursivo más favorable para el Partido Popular, que ha logrado tejer un hilo argumental que se resume en una conclusión muy fácil de explicar: nosotros bajamos impuestos, el PSOE los sube. Y si el PP ha encontrado su hilo, los socialistas han perdido el suyo, primero porque siempre se han movido peor en este terreno, y segundo porque emiten mensajes permanentes de miedo y contradicción. La descoordinación es manifiesta entre el Gobierno central y sus ejecutivos autonómicos, y también se aprecia en el propio gabinete de Sánchez, que transmite la idea de actuar demasiado tarde y forzado por las circunstancias y la presión de los adversarios. Sirva como ejemplo esta intentona, ciertamente audaz, de revertir el signo del debate con una reforma progresiva y progresista, que baja impuestos a las clases populares y carga nuevos tributos sobre los ricos. Piensen en la potencia de una propuesta semejante si hubiera sido articulada dos semanas antes. Hubiera supuesto la diferencia entre ir por delante en el debate o jugar a la contra. Y en política, como en la vida, quien pega primero pega dos veces. El dominio del calendario es cuestión fundamental.
No tiene por qué ser exactamente así, pero recordemos que en la política profesional importa más la percepción de la realidad que la realidad misma. Es así hasta el punto de que hemos dado por bueno que la mejor receta contra la inflación es bajar los impuestos, una medida que aplicada con carácter indiscriminado alimenta la demanda agregada y tira para arriba de los precios. Pero como autoengaño o placebo, desde luego que funciona muy bien.
Bajar impuestos, ¿es de derechas o de izquierdas? Es una pregunta imposible sin sus derivadas: ¿qué impuestos?, ¿para qué colectivos o grupos socioeconómicos? El PP ha sido muy listo en su formulación. Ha combinado rebajas selectivas en el IRPF en aquellos gobiernos autonómicos que controla con la supresión de hecho de los tributos que gravan la riqueza, como el Impuesto del Patrimonio. En realidad, esta última medida beneficia a muy poca gente además muy acomodada, y tomemos como referencia a la comunidad que ha lanzado el pistoletazo de salida de esta loca carrera por la demagogia fiscal: Andalucía. Allí el Impuesto del Patrimonio lo pagan 20.000 contribuyentes sobre una población total de ocho millones, y sin embargo esta medida quirúrgica en beneficio de los más ricos le ha servido al presidente Juan Manuel Moreno Bonilla para presentar la rebaja fiscal como un signo de la renovada identidad andaluza. ¿Acaso quiere recuperar la cultura del señorito y el cortijo? No, quiere recuperar a los millonarios de su tierra que se fueron a vivir a Madrid, donde también tienen casas e intereses.
Porque Madrid baja impuestos a los ricos de toda España para que dejen sus territorios y se vayan al paraíso terrenal que es la capital para aquellos que por su holgura económica se pueden permitir el cambio de residencia. Madrid se hace más rico a base de empobrecer al resto de España. Es el modo más extraño de hacer patria que se ha visto jamás, y funciona precisamente porque (esto está estudiado y medido) las rebajas fiscales a los ricos suscitan mucho menos rechazo cívico que el que se supone. Quizá es porque pensamos que hoy no somos ricos, pero no perdemos la esperanza de serlo algún día y convertirnos en unos conservadores fiscales. El otro día un amigo me expresaba su indignación por tener que pagar impuestos por un premio de lotería cuantioso. Como resultado de los ingresos generados por su trabajo paga mucho más, pero eso no le importa, lo considera normal y su deber como contribuyente. Hay algo en el imaginario colectivo que nos lleva a tal conclusión: nos pueden quitar parte de lo que hemos ganado con nuestro sudor, pero nada de lo que hemos heredado u obtenido como rentistas.
Y frente a este alegato doble del PP, bajar un poco el IRPF a la gente corriente y un mucho a los más acomodados, ¿qué ofrece el PSOE? Pues, en primera instancia, confusión y mensajes defensivos. El Gobierno de Sánchez perdió una oportunidad de tomar la iniciativa con su poco comprensible negativa a la deflactación de los tramos en el impuesto sobre la renta, una medida esencialmente técnica que consiste en ajustar los ingresos nominales a los reales, porque no es lo mismo que te suban el sueldo un tres por ciento en un contexto de estabilidad que percibir ese incremento en medio de la tormenta en la cesta de la compra. El Gobierno socialista hace lo correcto en poner el acento de la lucha contra la inflación en la vertiente del gasto, aprobando ayudas y subsidios destinados a los sectores de la sociedad más golpeados por la subida de precios (otra cosa es que funcionen, o sea, que lleguen en el plazo necesario). Es lo que dicen la justicia social, la cátedra económica y hasta los informes del Banco de España. Pero al cerrarse en banda en materia fiscal ha entregado la iniciativa a sus adversarios y ha alimentado la suposición de ser un Ejecutivo empeñado en la voracidad, que recauda de más y va en contra de ese nuevo mantra según el cual “el dinero está mejor en los bolsillos de los ciudadanos”. Pero entonces hay que formular de nuevo la pregunta: ¿de qué bolsillos estamos hablando? Porque bajar el IRPF puede suponer muy poco o nada para quien apenas alcanza el mínimo exento para declarar su renta, pero la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio sí alegrará los ya muy holgados bolsillos de los más pudientes. Este, el debate sobre la equidad tributaria, es el debate que ha perdido el PSOE ante el PP, y está por ver que esta última propuesta sea capaz de articular una remontada argumental. Y si eso se reflejará o no en los resultados electorales, lo veremos en mayo próximo, pero desde luego la batalla del relato tiene ganador.
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