El arte y la cultura como bienes de primera necesidad
Antes de nada, vaya por delante toda mi admiración, mi respeto y mi agradecimiento a todos los artistas, creadores y gestores culturales que en estos complicados tiempos de pandemia y confinamiento no pueden estar quietos y se encuentran ahora mismo produciendo, ideando o intentando materializar nuevos proyectos a duras penas. Ánimo, ya queda menos, tras el proceso de desescalada arbitrado para el progresivo desconfinamiento. Inclúyanse también en este saco a todos aquellos que no lo están haciendo porque están bloqueados, sin recursos o sin muchas posibilidades de reconducir esta situación tan oscura e incierta en la que nos encontramos. También a ustedes, porque sé que, tarde o temprano, acabarán subiéndose a este tren y terminarán yendo detrás de una idea que todavía no ha llegado o que no pueden realizar.
Siempre he sido, aunque no lo parezca, un firme defensor del Arte y de la Cultura como experiencia estética en sí misma. Reconozco que siempre me encantó el famoso lema de “L’art pour l’art” que divulgó Theophile Gautier para hablar, por una parte, del arte puro, desinteresado, sin ataduras morales y sin utilidad funcional alguna, más allá de la consideración en sí misma de la obra de arte, es decir, el Arte por la gracia del Arte, como decían los romanos (“Ars gratia artis”); y, por otra, para justificar el principio idealista kantiano del individualismo y la libertad artística del creador.
Lo admito y lo confieso. Siempre he defendido la experiencia estética del Arte asociada a conceptos como el goce, la catarsis o lo placentero. Entiendo el Arte sin que éste tenga que depender de las funciones a las que tradicionalmente se le asocia, es decir, a servir como desahogo personal o terapéutico, como recurso de protesta o crítica social e, incluso, como plataforma de solidaridad hacia el desvalido o desfavorecido. Yo creo que por eso nunca me he sentido especialmente atraído por el Arte Político o el Arte Comprometido, aunque lo respeto profundamente por venir casi siempre asociado a un discurso intelectual, contracultural e ideológico que logra conmoverme.
Sin embargo, hoy traiciono a mis principios. Y lo hago motivado por las actuales circunstancias, al leer que la Organización Mundial de la Salud (OMS) insta a los Gobiernos a aplicar políticas y esfuerzos institucionales orientados a mejorar la colaboración entre los sectores sanitarios y los artístico-culturales, debido a los beneficios emocionales y los evidentes lazos existentes entre el arte, la salud y el bienestar de los individuos. Pese a ser un defensor del Arte como experiencia estética, creo que, en estos complicados momentos de la crisis sanitaria derivada del COVID-19, toca posicionarse y reclamar que echamos en falta que las instituciones de nuestro país declaren la Cultura como “bien de primera necesidad”, como sí lo han hecho Alemania y Francia en estos días.
¿Alguien imagina sortear este confinamiento sin música, sin literatura, sin cine, sin arte, sin teatro, sin danza, sin documentales…? Sería imposible. Una parte del éxito cívico de esta cuarentena estriba en el masivo consumo de Arte y Cultura que la sociedad está realizando en sus casas. De no haber sido por ello, ya se hubiera producido un caos social y a esta situación de crispación social se le hubiese sumado la perversa situación política actual, protagonizada por la derecha ideológica española, preocupada no tanto por solucionar esta crisis sanitaria, sino por sacar rédito político y mediático enredándonos en el fanatismo de sus mentiras, convenciéndonos a través de las redes sociales del caos de la desinformación, arrastrándonos al abismo de su demagogia nacional-catolicista o invitándonos a enarbolar las banderas de su falso y fariseo patriotismo.
Entonces, si ya hemos aprendido en todas estas semanas de cuarentena que no se puede vivir sin Arte y sin Cultura, ya es hora de que la sociedad interiorice que todas estas manifestaciones artístico-culturales que nos permiten seguir emocionándonos, motivándonos, entreteniéndonos e ilusionándonos en estos duros y complicados momentos es fruto del trabajo profesional, creativo e intelectual de muchos artistas y agentes culturales que hoy, más que nunca, también necesitan ser reconocidos y apoyados económicamente por las instituciones y la sociedad. Es sorprendente descubrir cómo hemos redescubierto que la Cultura es uno de los motores vivos de ese ente extraño llamado Civilización.
De la misma manera que necesitamos recursos humanos sanitarios, sociales, de seguridad y de emergencia para atender esta crisis sanitaria inédita, así como de personal de limpieza, de alimentación y demás colectivos vinculados con la salud pública y los bienes de consumo de primera necesidad, también es imprescindible y necesario el terapéutico trabajo creativo vinculado a la Música, la Danza, el Cine, la Literatura, la Filosofía, las Artes Escénicas, las Artes Visuales y Plásticas, la Videocreación, el Cómic, la Fotografía, la Danza, etc. como material útil y “de primera necesidad” que permita proporcionar, directa o indirectamente, salud y bienestar integral a toda la ciudadanía en su conjunto.
Si la situación laboral, profesional y económica del tejido cultural en nuestro país ya era inestable y precaria antes del 13 de marzo de 2020, a partir de ahora, si no se arbitran medidas específicas de protección urgente para el sector cultural, a este indispensable gremio sólo le espera un horizonte cubierto por las nubes de la incertidumbre, la desesperanza y la destrucción derivada del deterioro y del desmoronamiento de todas las pequeñas empresas y profesionales autónomos, así como de casi todos los ecosistemas, redes, relaciones, contextos y espacios en los que se salvaguardaban sus recursos o se materializaba la creación, la innovación o la investigación artística, así como las sinergias entre creadores y agentes culturales.
Urge, institucionalmente, activar líneas de trabajo y acciones estratégicas que se orienten a dar un decidido apoyo económico a la producción y a la innovación creativa en estos tiempos de confinamiento, con el firme propósito de permitir seguir implementando esfuerzos, energías e iniciativas orientadas a la generación de contenidos culturales, así como a desburocratizar los canales, las vías y los procedimientos operativos que permitan que los circuitos institucionales y el tejido cultural sigan vivos y activos, como pilares fundamentales y estructurales de una sociedad como la nuestra donde la Cultura y el Arte sean paradigmas irrenunciables e incuestionables.
Por tanto, hoy, más que nunca, necesitamos que también se habiliten partidas presupuestarias para las entidades culturales y créditos blandos con beneficios fiscales y económicos para paliar la emergencia cultural actual derivada de esta crisis sanitaria, dentro del marco de un Acuerdo o Pacto Estatal de promoción de la Cultura que permita la desburocratización de las instituciones culturales y el desarrollo de medidas estructurales que ayuden a recuperar el tejido social vinculado al mundo de las Artes y de la Cultura.
Necesitamos el desarrollo del Estatuto del Artista sea una realidad tangible y seguir implementando esfuerzos para que las buenas prácticas sigan instalándose en las instituciones. Necesitamos que se proteja a los artistas, a los creadores, a los profesionales, a los técnicos y a los agentes culturales no sólo mientras dure esta pandemia, sino más allá de la misma, como una acción clara y estratégica que permita progresivamente reducir los vergonzosos niveles de precariedad y orfandad artística que se registran en este país.
* En la fotografía, Daniel Jordán pintando en su taller durante el confinamiento del COVID-19. Lanzarote. Abril 2020.
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