OTRA HISTORIA DE CANARIAS
Por Mario Ferrer
En el año del centenario de José Saramago recordamos la gran huella histórica en Canarias del Portugal continental y macaronésico
Pocas palabras cuentan tanto de la cultura lusa como saudade, un término que hace alusión a cierta nostalgia agridulce, algo así como una especie de añoranza desconsolada. Una palabra que pone nombre a un sentimiento muy portugués y de la que no hay fácil traducción, pero que se podría aplicar a la relación histórica entre Canarias y Portugal, que, tras haber sido tan fuerte como para calificarla de familiar, ahora parece haber mermado hasta colocarse en un discreto segundo plano. No obstante, la historia es tozuda y muestra influencias poderosas y constantes.
Saudade se podría asimilar al canarismo ‘magua’ (también de origen portugués y que significa pena, lástima, desconsuelo por la falta, pérdida o añoranza de algo, o por no haber hecho una cosa que hubiera redundado en beneficio propia, según la Academia Canaria de la Lengua), pero, sobre todo, nos sirve para ponernos en la pista de una de las grandes vetas culturales del mundo lusitano en Canarias, su huella en nuestra lengua, plagada de portuguesismos, un área que precisamente ha estudiado mucho el catedrático de Lengua de la Universidad de La Laguna, Marcial Morera Pérez, oriundo de Fuerteventura.
Las relaciones canario-portuguesas también han sido tratadas por otros nombres clásicos de la historiografía canaria, como Serra Rafols o José Pérez Vidal y, más recientemente, Javier Luis Álvarez Santo, premiado hace poco por la Academia Portuguesa de la Historia.
Las palabras de influencias portuguesas llegaron por múltiples vertientes y algunas son tan emblemáticas como jeito o mojo. La lista es muy amplia, aunque las idas y venidas históricas y la homonimia han creado algunas confusiones sobre el origen entre el portugués, el gallego o castellano. En todo caso, ejemplos tan propios del español de Canarias como fechar, gaveta, margullar o millo, además de expresiones como ‘más nada’ y ‘más nunca’ o en la toponimia de las islas. Especialmente rico es el campo de los portuguesismos en el mundo marinero: balde, leito, engodar, maresía, aguaviva.
Las influencias culturales lusas se aprecian en multitud de ámbitos en Canarias como la gastronomía, la música o la arquitectura. Un ejemplo especialmente significativo es el de los apellidos, llegando a registrarse hasta un centenar de ellos comunes en Canarias de posible origen portugués o galaicoportugués: Abreu, Arbelo, Acosta, Coello, Dévora, Delgado, Dorta, Feo, Fajardo, Galván, Marrero, Matos, Mendoza, Padrón, Perera, Rivero, Silva, Tavío, Tejera, Viera o Yanes.
Porto Naos, topónimo de origen portugués. Gonzalo Betancort (1962)/Patrimonio.
Héroes del mar
El himno de Portugal comienza nombrando a los ‘héroes del mar’, algo lógico en un país de grandes navegantes, que construyó un imperio enorme, gracias a su destreza marítima. En cuanto a Canarias, su vinculación con Portugal ha tenido al Atlántico como gran nexo común.
En 1341, Alfonso IV de Portugal ya envío una expedición lusa que permaneció casi cuatro meses en las islas. A partir de la conquista señorial castellano-normanda, que comenzó en Lanzarote en 1402, crecieron las rivalidades entre las coronas de Castilla y Portugal por los dominios canarios. De hecho, Maciot de Bethencourt, señor de Lanzarote y Fuerteventura, vendió en 1448 sus dominios a Enrique, El Navegante, un poderoso infante de la realeza portuguesa que tuvo el monopolio de las exploraciones africanas y atlánticas, consiguiendo numerosas plazas en su época. Juan II, rey de Castilla, no reconoció esa venta, aunque entre 1448 y 1449 rigió como gobernador y capitán general de Lanzarote el portugués Antao Gonçalves por orden de Enrique, El Navegante. Las disputas cesaron a partir de la firma entre las dos coronas del tratado de Alcaçovas de 1479, cuando ambos reinos se repartieron las áreas de influencia del Atlántico y la Macaronesia.
La Unión Ibérica (entre 1580 y 1640) fusionó las coronas de Portugal y España
La política dinástica de casamientos de los Reyes Católicos posibilitó que su nieto, Felipe II, reclamara la corona de Portugal tras el fallecimiento sin herederos de los reyes portugueses. Entre 1580 y 1640, la Casa de los Austrias gobernó también Portugal y sus vastos dominios.
Pero más allá de linajes y disputas reales, los portugueses participaron muy activamente en el desarrollo de Canarias desde la llegada de los europeos, tanto que en algunas zonas de Canarias se ha documentado la presencia de más portugueses que castellanos en los primeros siglos tras la conquista. Los lusitanos también aportaron mucho a Canarias en diferentes sectores económicos estratégicos, como la pesca o la agricultura, además de ser claves en la llegada de las industrias del azúcar y el vino.
Saramago y Canarias
Los ecos de la influencia portuguesa en Canarias se volverán a notar en los próximos meses por los actos que se van a celebrar en honor al centenario del nacimiento de José Saramago (Azinhaga, 1921-Tías, 2010). Premio Canarias en 2001 en la modalidad internacional, el escritor es una figura central de las recientes letras lusas y vivió casi 20 años en Lanzarote, manteniendo una relación intensa con las islas.
Tras visitar Lanzarote en 1991, la polémica que mantuvo con el gobierno portugués de entonces, por el veto a su libro El evangelio según Jesucristo, le hizo a mudarse a Canarias en 1993, donde su producción literaria fue muy fecunda, con obras tan destacadas como Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna o el grupo de diarios escritos en la Isla que tituló Cuadernos de Lanzarote.
Viviendo en Lanzarote, Saramago recibió el Premio Nobel de Literatura en 1997 e hizo de su residencia en el pueblo de Tías un polo de atracción para otros escritores que vinieron a visitarlo, como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Susan Sontag o Günter Grass. De ideología comunista y espíritu humanista, Saramago no fue solo un gran narrador, sino también un autor muy involucrado con la realidad social y política de su momento.
En Lanzarote se puso enfrente de las marchas contra la guerra de Irak en 2003 o dio apoyo a la huelga de hambre de la activista saharaui Aminatu Haidar en 2009, además de relacionarse muy activamente con los movimientos ecologistas de la Isla, que en aquellos años pedían un parón en el acelerado boom constructivo que vivía Lanzarote.
En una charla del año 2000, Saramago manifestó que se asistía a “la segunda muerte de César Manrique, la de su espíritu”, una sentencia que levantó ampollas y conciencias en Lanzarote. Hoy el legado del Nobel está vivo en la Isla sobre todo a través de su residencia en el pueblo de Tías, A Casa, convertida en museo. Junto a su entrada, una escultura de un olivo conmemora al escritor con una de sus frases: “Lanzarote no es mi tierra, pero es tierra mía”.
La familia macaronésica
La influencia lusa en Canarias alcanza su culmen en la vinculación con los archipiélagos macaronésicos portugueses: Azores, Madeira, Islas Salvajes y Cabo Verde (independizado de Portugal en 1975). La Macaronesia, cuyo término procede del griego y significa islas felices, es este conjunto de cinco archipiélagos situados entre el sur de Europa y el norte de África.
A pesar de su amplitud (entre Azores y Cabo Verde hay más de 2.300 kilómetros), esta región de islas se caracteriza por compartir muchas pautas de su naturaleza atlántica. Desde su intensa vulcanología o su rica botánica, hasta los paisajes y el clima, las similitudes medioambientales son muy amplias, aunque estos archipiélagos también presentan rasgos comunes en su historia social: vinculación al mundo ibérico, relación estrecha con el noroeste de África, posición geoestratégica en las rutas atlánticas, importancia de la vida marítima y la pesca, condición de puente con América, emigraciones y miserias históricas, dependencia de la economía europea… Además, las islas de la Macaronesia no se han mantenido como entes separados e independientes, sino que han mantenido un flujo constante de relaciones comerciales y humanas en los últimos siglos. El resultado son lazos culturales tan fuertes que parecen familiares.
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