CULTURA

La vida en Los Llanos de Rubicón

Inés Caraballo relata en un libro cómo se vivía en el Sur de Lanzarote y cómo el proceso especulativo cambió para siempre a sus habitantes

Saúl García 0 COMENTARIOS 06/03/2022 - 08:20

“En el año 2000, coincidiendo con el cambio de peseta a euro, llegan nuevas golondrinas a la zona de Berrugo y como no tienen tierra donde hacer sus nidos, los hacen en el mar”. Se refiere así Inés Caraballo Medina a la construcción del puerto Marina Rubicón, que se acabó haciendo a pesar de todas las protestas “en una zona de desove de peces y de gran valor paleontológico”.

Lo escribe en La vida en los Llanos pedregosos de Rubicón, un libro editado por el Cabildo de Lanzarote en la colección Cuadernos etnográficos. Las últimas casas de Berrugo ya son solo memoria. Las acaban de derribar 10 años después de su desalojo.

Ahora que no queda ni una piedra, que la vista no puede transmitir más evidencias, la palabra escrita queda como la aliada de esa memoria. En una conferencia en Córdoda en 2005, José Saramago habló así sobre la memoria histórica, que sirve, en realidad, para toda la memoria: “Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”.

Como una vacuna contra esa indiferencia, Caraballo lo explica todo sobre la historia y la vida en los siglos XIX y XX en esa zona de la Isla. Habla con sus habitantes y de sus habitantes, habla de los yacimientos arqueológicos, de la piedra de la barrilla, las caleras, las pilas, la vida de los pastores, las maretas, los pozos, la agricultura, las salinas, los cortijos, los quesos, el gofio, las tiendas, los caminos y hasta el primer restaurante.

Y también describe, con detalle, en la última parte del libro, el proceso especulativo con los terrenos, las compras, las ventas y la subasta de una parte de El Término, los terrenos comunales que pertenecieron al Ayuntamiento de Femés y que estaban dedicados a la suelta y pasto de ganado, y que ahora alojan varios hoteles dentro del plan parcial de Las Coloradas.

“Han sido y son una golosina para la especulación”, señala. “Todo ese mundo especulativo cambió para siempre la vida y el sentir de la gente, que hasta los años sesenta creía que el valor de la palabra era más importante que un documento escrito”, dice.

Va desgranando ese proceso poco a apoco, desde los años sesenta con los primeros intentos de urbanización de los americanos, y después la llegada de los belgas, y luego del danés... Esa compraventa “ante la mirada atónita de los habitantes de Playa Blanca que en ese momento se enteran de que alguien había comprado y vendido los terrenos de un pueblo ya consolidado”.

“Existe una colonia de pescadores que habita en ocho o 10 casuchas”, reseñaba un libro de 1907

Eduardo Hernández Pacheco ya relata en Por los campos de lava que, en su viaje a la Isla en 1907, “en Berrugo existe una colonia de pescadores que habita en ocho o 10 casuchas alineadas en la orilla del mar”.

“Sin detenernos, pasamos por delante de ellas (...) La chiquillería de esos pescadores nos rodeó contemplándonos como cosa extraordinaria. Les repartimos unas monedas, que esos chiquillos cogen casi con indiferencia y sin mostrar codicia. Felices ellos que aún desconocen el valor del dinero”.

Relata Inés Caraballo que el apellido Medina, el de los habitantes de esas casas de Berrugo, se repite en todos los cortijos de ese lugar y es uno de los más antiguos del Sur. Ya en el año 1728 se registra el acta de matrimonio de la parroquia de Yaiza de Salvador Medina (hijo de Jacinto Medina y de Magdalena Betancort) con Jacobina Rodríguez.

Y cuenta que en Berrugo, en esas casas que ya no están, vivió Gabino Medina Martín (1884-1968), que desde el año 1905 desempeñaba las funciones de listero en el puerto, que no era un puerto como entendemos hoy, sino esa zona que permitía el fondeo y desde donde se despachaba piedra de barrilla, cal y sal que llegaba desde Janubio.

De Berrugo se trasladó Gabino precisamente a Janubio en 1909, cuando se casa. También narra en el libro la construcción de esas salinas, propiedad de la familia Lleó y que se construyeron durante varias etapas. Las salinas no están dentro de los límites de Los Llanos del Rubicón, pero allí trabajaron muchas de las personas que habitaban esa zona, que antes se habían dedicado a la cal.

Las salinas

De la estructura de la primera etapa de esas salinas fue responsable Víctor Fernández Gopar, pero la nueva le corresponde a Gabino Medina, que vivió allí entre 1909 y 1921 y allí nacieron cinco de sus hijos. Después volvió a Berrugo, a su casa, donde nacieron tres hijos más (Gabino, Lucía y Santiago) y hasta 14 nietos, entre los que se encuentra la autora del libro. “Tenían camellos, burros, cabras y ovejas, llegaron a tener 70 cabezas de ganado cuya marca era: ‘hoja de higuera en una oreja y en la otra joire y bocao’.

Las casas de Berrugo son solo memoria. Las acaban de derribar 10 años después del desalojo

“La familia Medina Cáceres no vivía solo de la sal, sino que la agricultura, la ganadería y la pesca eran partes importantísimas de su modus vivendi. Plantaban trigo y cebada en el Valle de los Dises, en los bebederos del medio, en el de Los Curbelo, en los del tío Juan, en los salones y en las tierras de la Punta, al lado de los aljibes”, escribe Inés.

Las salinas de Berrugo también se conocían como las de Ginés Díaz. En el libro se especifican los salarios, los barcos que la transportaban… “Se hicieron en terrenos de Gabino Medina Martín, heredados de su padre Guillermo Medina Saavedra. Se construyeron en diferentes etapas, las primeras en el año 1921 y otras en 1940. La producción de sal duró hasta 1960. Trabajaron haciéndolas, además de Gabino, Zacarías, Juan de Ganzo, Juan García, Raimundo González y Gregorio García. Cogían sal “mujeres y hombres de Femés, Maciot, Las Breñas, de Playa Blanca y de Los Cortijos”.


De izquierda a derecha: Teresa Rodríguez, Felipe Perdomo, Gabino Medina, Lucía Cáceres, Juliana Rodríguez con los niños, Francisco Cáceres y Escolástica Cáceres.

Lucía Cáceres y Gabino Medina.

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