Irene Vallejo, escritora
“La metáfora del conocimiento no es el libro, es la biblioteca”
Irene Vallejo, escritora
Irene Vallejo pasó cuatro años de su vida escribiendo El infinito en un junco y pensando que quizá no le iba a interesar a nadie. Hace unas semanas llenó el Teatro Atlántida de Arrecife para hablar sobre los libros. Estuvo unos días en Lanzarote invitada por la Fundación José Saramago, haciendo un pequeño hueco entre viajes a América, Londres o Japón para presentar las múltiples ediciones y traducciones de un libro que ya se ha convertido en aquello de lo que trata: un clásico.
-¿Qué ha supuesto para su vida ‘El infinito en un junco’? Un libro con un éxito tan abrumador...
-Y tan inesperado. Aún permanezco en la fase de la incredulidad. No parecía en absoluto un libro llamado a tener esta acogida: por ser un ensayo, por hablar sobre libros en un momento en el que muchas voces pronosticaban el fin de los libros, de la literatura... Imperaba un gran catastrofismo y parecía ir a contracorriente de todo. No imaginaba que iba a apelar a la sensibilidad y las emociones de tanta gente. Por eso ha sido una enorme sorpresa, y más que haya sucedido durante el confinamiento, cuando alcanzó esas asombrosas dimensiones. Fue especialmente emocionante ese contacto a través de las redes con lectores que me contaban en qué condiciones estaban leyendo el libro, muchas personas angustiadas por distintos motivos por la pandemia, con familiares a los que no podían ir a ver, en dificultades... y eran personas afligidas que decían encontrar alivio en el libro. Jamás había tenido ese contacto con los lectores ni la sensación de que lo que yo escribía pudiera tener alguna utilidad o traer algún alivio a la vida de la gente.
-Son tiempos, efectivamente, en los que parece que triunfan contenidos más breves, menos trabajados con menos tiempo para elaborar un argumento, habitualmente en las redes sociales, pero el éxito del libro confirma que sigue habiendo personas que reclaman otros contenidos...
-Se equilibran. No soy una nostálgica de los tiempos predigitales y no creo que las pantallas y las redes deban desaparecer, pero sí creo que esa fragmentación, esa prisa e incluso esa cólera y hostilidad que llevan consigo, la contrarresta y la calma la lectura en los libros donde se desarrolla el lenguaje, los argumentos, se intenta profundizar más allá de la pátina exterior. Creo que es saludable que junto a esta comunicación exista también el remanso de los libros. Insisto en ello también. Las pantallas tienen sus riesgos y sus ventajas, que los equilibra la lectura, donde hay otro tempo, otra serenidad...
“Si leer no nos pareciera tan cotidiano deberíamos verlo con asombro”
-Es un acto interno que no es necesario comunicar al resto.
-Los lectores también comunican sus lecturas a través de las redes.
-Sí, pero quizá no es muy atractivo ver en directo a una persona leyendo.
-Es asombroso. Si no estuviéramos tan acostumbrados ni nos pareciera tan cotidiano, deberíamos contemplarlo con asombro porque leer significa entrar a otra dimensión y en otro tiempo. Estás en casa sentado en tu sillón, pero realmente estás en otro lugar y transcurre más o menos tiempo. Es una forma de coexistir en dos planos simultáneamente, pero también es una forma de crear un universo que tú habitas, pero que es inaccesible para los que te rodean. Cuando estás ahí, rehúyes ciertas lógicas de la vida contemporánea.
-¿El formato del libro condiciona o influye de forma decisiva en los contenidos o en la firma de leer? ¿O no influye?
-Los formatos son importantes. Hemos ido atravesando por distintos estadios. El primero y el más importante fue el de la oralidad, que es muy distinta a la escritura. Lo interesante es que la oralidad no desapareció con los libros y, ahora mismo, en este presente tan tecnológico, los podcast, la radio o el audiolibro nos devuelven al mundo de la oralidad. Y, efectivamente, los distintos soportes condicionan unos rituales de lectura, de formas de acceder, y eso tiene que ver también con la forma en que asimilamos esos relatos y una forma de entender el mundo. Las pantallas lo están transformando, nos están llevando a un territorio más fragmentario en el que predominan más las conexiones entre las ideas que su profundidad. Esta versatilidad es interesante, pero el libro de papel nos ayuda a leer de forma más crítica, a implicarnos más con el contenido y la sabiduría del relato y es importante reivindicarlos, no han quedado obsoletos...
“En las pantallas predominan las conexiones entre las ideas frente a su profundidad”
-Ahora se abre paso entre la gente más joven el lenguaje audiovisual. Entienden su narrativa de forma más natural. ¿Podría llegar a estar este lenguaje por delante de la palabra escrita?
-Las bibliotecas, los fondos y los archivos conservan material impreso. Todos los textos de las redes o de la Red, por ahora, son imposibles de salvaguardar. Son más efímeros. Los jóvenes han nacido en un entorno que les da muchas claves para descifrar esos relatos audiovisuales, pero esos relatos también están al servicio de eslóganes, de mensajes verbales, y sería peligroso que dejasen esos jóvenes de saber descifrar qué hay detrás de esos mensajes verbales que vienen apoyando, subrayando y extrayendo el sentido de las imágenes. Las imágenes son muy intuitivas, pero al mismo tiempo pueden ser más manipuladoras. La letra escrita es el formato menos manipulador, incluso menos que la oralidad. Los poetas de antaño decían que, si alguien cuenta un relato apasionante, es como un rapto, te abandonas y asumes todo lo que te cuentan. No dudas, no cuestionas. En cambio, con un libro puedes ir hacia atrás, comprobar, pensar, comparar. No es extraño que con la escritura naciera la filosofía porque es el formato que mejor permite pensar al mismo tiempo que recibes el mensaje. El audiovisual o el oral son más cautivadores, pero no permiten tanto sentido crítico. A mí lo que me preocupa es que desaparezca el conocimiento necesario para descifrar esas imágenes y saber encontrar qué manipulaciones hay en ellas y en las frases o mensajes publicitarios que muchas veces acompañan a esas imágenes.
-¿La calidad de nuestro pensamiento es la calidad de nuestra escritura?
-Y de nuestras palabras. Pero un libro también puede ser manipulador. Mein Kampf lo leyó mucha gente y seguramente abrió camino a los acontecimientos posteriores. Y también en los clásicos, a los que yo he leído y traducido, encuentras frases escalofriantes respecto a las mujeres o la esclavitud. Es importante desarrollar un sentido crítico frente a todos los mensajes, no asumir pasivamente lo que nos cuentan. Tenemos que insistir en eso, en un pensamiento que no asuma toda esa catarata de imágenes que nos hipnotiza, que es una forma de detener el flujo del pensamiento crítico. Las palabras siguen siendo esenciales.
-Decía Tomás de Aquino que tenía más miedo de aquella persona que solo había leído un libro que de la que no había leído ninguno.
-El hecho de pensar que en un solo libro está toda la verdad es peligrosísimo. La metáfora del conocimiento no es el libro, es la biblioteca, porque contiene libros que se contestan, se desafían o se denuncian unos a otros y puedes contrastar esas versiones, poner en relación esos relatos y formarte una opinión. Eso es lo esencial.
“Las alegorías de Saramago han llegado a través de la conversación a mucha gente”
-¿Y qué futuro tienen las bibliotecas? Ya no es imprescindible acudir a ellas para acceder al conocimiento.
-Las bibliotecas no han dejado de evolucionar. Durante sus milenios de existencia han sido versátiles y han demostrado su éxito. Recuerdo esas bibliotecas silenciosas donde solo se recogían o devolvían libros, pero no había actividades. Ahora están las bibliotecas de mi barrio, a las que acudo con mi hijo, y hay cuentacuentos, actividades, juegos de mesa, áreas para niños donde se pinta, se dibuja... Se han desacralizado de alguna manera y se han convertido, sobre todo las municipales o las rurales, en centros neurálgicos donde la gente se reúne, y también son lugares donde se ofrecen servicios sociales, se ayuda a inmigrantes, te ayudan a preparar un currículo, o va la gente que no tiene ordenador, los que no tienen donde estudiar en casa... Gracias a las bibliotecas se pueden superar muchas desigualdades. Han evolucionado bien. Durante la pandemia se organizaron, se digitalizaron rápidamente. Creo que están haciendo una gran labor social. Crean redes, proyectos que pasan de una a otra... En algunos pueblos es el único foco cultural que hay. Y se hace un gran esfuerzo con los niños para que entren en la infancia creando un hábito como la lectura, que es posible que durante la adolescencia se pierda porque están más pendientes de su grupo, de su vida social, pero muchas veces vuelven si han conocido el placer de la lectura. Hay etapas de la vida donde es más complicado leer, pero los libros te esperan pacientemente. Frente a un discurso apocalíptico, el acceso a los libros que hemos conseguido ahora no se puede comparar con ninguna época de la historia. Deberíamos preocuparnos más de que aquellos que quieran leer tengan acceso a ello. Nunca se han publicado tantos libros ni ha habido tantas librerías, ni ha habido tantos escritores como ahora. Es paradójico que nos estemos siempre preguntando qué hacer para que la gente lea más. ¿Comparado con qué? ¿Con el siglo XV, con el XIX?
-¿Cree que existe un riesgo de que los libros, o al menos aquellos que requieren una lectura más profunda, queden en el futuro solo para una minoría, para una élite?
-Los libros y la lectura siempre han estado en peligro en todas las épocas. Parece que estaban al borde del precipicio pero siempre resucitan, se mantienen vivos. Es curioso que en los siglos XVIII y XIX se debatía sobre la gente que leía demasiado por el peligro de confundir la ficción con la realidad. El mensaje era: mejor que algunas personas no lean libros. La idea moralista es que hay personas para las que no es bueno leer porque necesitan más resignación que esperanza. El logro de conseguir llevar los libros a todo el mundo es maravilloso. Es posible que la lectura no sea para todos, pero antes era el privilegio de ricos o aristócratas, de gente poderosa, y ahora esa condición de lector la eliges libremente. Al margen de la familia de la que vengas te puedes convertir en lector. Es un logro enorme.
-Y las ideas de los libros también influyen en los que no los leen aunque no lo sepan.
-Los clásicos están ahí. Y aunque alguien no haya leído la Odisea sabe sobre Ulises, Ítaca o la Guerra de Troya. Nunca los lees totalmente por primera vez. El lenguaje, la mirada de los libros, impregna. Pasa con Saramago, que ha impregnado incluso a quienes no lo han leído. Tuvo una dimensión intelectual que hacía que lo escucháramos antes de leerlo en los debates sobre la globalización, la justicia o la desigualdad. Y fue una persona capaz de ejercer un gran influjo en la sociedad. Ese compromiso es una faceta muy destacable que a él le costó mucho esfuerzo y sacrificó su tiempo para tenerla. Sus alegorías, sus relatos, han llegado a través del cine, de la conversación pública, a mucha gente... Han calado en el imaginario colectivo.
“Hay etapas de la vida donde es más complicado leer, pero los libros te esperan”
-¿A qué cree que se debe el éxito de ‘El infinito en un junco’? ¿A que nos fascina el mundo clásico o a que nos fascinan los libros? Y por otra parte, ¿cree que gran parte del éxito se debe a que es un ensayo, pero está escrito como una historia, como un cuento?
-En los últimos años ha habido un mensaje muy insistente acerca de la inutilidad o marginalidad de las humanidades, pero hay mucha gente que no comparte esta idea de una sociedad no humanista. Toda esta gente estaba deseando que hubiera un libro o un mensaje que les permitiera reunirse alrededor, y quizá el libro ha sido un detonante para esas personas que aman las humanidades, frente a los mensajes de que lo que importa son las salidas profesionales, el dinero, el éxito, el estatus, etcétera. Esos mensajes eran los que dominaban. Y este libro trae a la superficie la sensibilidad de muchas personas. La otra parte, la del relato, la descubrí por mis alumnos en la Universidad. Me daba cuenta de que lo que más les impactaba era cuando yo les transmitía el conocimiento a través de una historia, un personaje, un relato. En los exámenes era eso lo que les había dejado huella. A lo mejor nos estamos equivocando con un tipo de transmisión del conocimiento muy abstracto cuando lo que deja huella es lo humano. La historia de los libros es también nuestra historia.
-En ‘Fahrenheit 451’, la novela de Ray Bradbury, los bomberos quemaban los libros, pero el autor llegó a decir que temía menos ese escenario que el de una sociedad en la que los libros no estuvieran prohibidos, pero nadie quisiera leerlos.
-Más que la censura, hogueras y persecuciones a escritores, lo que más daño ha hecho siempre ha sido la desidia, la indiferencia. La Biblioteca de Alejandría ardió varias veces, pero lo que la destruyó fue que la dejaran sin fondos, se desentendieron de ella, cayó una túnica de polvo sobre los rollos y libros y dejó de formar parte de la sociedad.
-No hay nada mejor que prohibir un libro para fomentar su lectura.
-Las persecuciones no intentan tanto evitar que se lea ese libro como asustar a los demás escritores para que se autocensuren cuando vean el peligro que corren. Pero lo más peligroso es la desidia, los que dicen que los libros son superfluos, que la historia es prescindible, que la cultura no cuenta... La historia, la memoria, el pensamiento importan y, además, son los cimientos de la democracia. Sin sentido crítico no podemos mantener vivo este proyecto colectivo.
-La Reserva de la Biosfera de Lanzarote impulsa la propuesta de crear un tapiz de vocablos, una especie de diccionario mundial de palabras de cada lengua que muestre los vínculos humanos con la naturaleza. ¿Qué le parece esta iniciativa?
-A través de las palabras miramos el mundo y aquello para lo que no tenemos una palabra, nos pasa desapercibido, pero cuando existe una palabra lo vemos. Quien no conoce los nombres de las especies de los árboles solo conoce la palabra árbol, no se fija. Ve una masa verde que no sabe distinguir. Cuando te preocupas en darle su nombre, te fijas en sus diferencias. Saramago, en su libro Todos los nombres, nos habla de la importancia de la palabra y de nombrar. En La historia del cerco de Lisboa se cambia una palabra y se transforma todo. Las palabras son muy poderosas. Conservar un legado de palabras es conservar una sensibilidad, un conocimiento. En el momento en que desaparecen esas palabras, desaparece una experiencia, una sabiduría que no puede expresarse. Las lenguas son muy valiosas porque contienen miradas sobre el mundo y conocimiento. Los que piensan que cuantas menos lenguas haya mejor porque la comunicación sería más fácil están pasando por alto toda la sabiduría que late detrás de las palabras. Son muy importantes las lenguas indígenas, los términos dialectales... La riqueza unida a experiencias de la vida y a un pasado que a veces hemos despreciado como si los indígenas tuvieran menos valor que la cultura libresca oficial. La importancia de una lengua no se mide por el número de personas que la habla ni por el territorio donde se utiliza. Son equivocaciones ligadas a ese pensamiento de que las cosas cuentan en función de sus números, de su impacto... La Unesco ha dicho que las bibliotecas son útiles por el mero hecho de existir. No hay que pensar en cuánto movimiento generan, son útiles por sí mismas para la sociedad.
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