0 COMENTARIOS 26/06/2022 - 09:01

Año 2022. La guerra de Ucrania y varios problemas internacionales más han elevado el precio de materias primas y alimentos básicos, especialmente los cereales, lo que también afecta indirectamente a otro sector nutricional clave; la ganadería, es decir, a lácteos y carne. Las consecuencias de su escasez y subida de precio están afectando de manera grave a distintas áreas del planeta. Las repercusiones, aunque más leves, también han llegado a las islas Canarias, un Archipiélago que tradicionalmente estuvo surtido por los cereales que se cultivaban en Lanzarote y Fuerteventura.

Hoy en día los cultivos de trigo, cebada o centeno apenas son testimoniales en las islas más orientales de Canarias, pero durante siglos fueron fundamentales en muchos aspectos de su vida económica, social y territorial. Su éxito se debió a varios factores. La potente demanda que sostuvo su producción no provenía del escaso mercado insular (eran islas con censos de población muy frágiles), sino del regional, con grandes islas de amplia demografía como La Palma, Gran Canaria, Madeira y, sobre todo, Tenerife, que recibía los cargamentos en sus principales puertos: Santa Cruz, Garachico o La Orotava.

Islas de mayor peso económico y demográfico dedicaban la mayor parte de sus tierras a otros productos más prósperos para la exportación a los mercados europeos, como el azúcar o el vino, los cuales, además, requerían un suministro de agua imposible de alcanzar en islas tan secas como las orientales.

Pero esa estrategia provocaba que estas ínsulas mayores, con Tenerife a la cabeza, carecieran de terrenos de cultivos para materias básicas para la alimentación de su población, como los cereales. De ahí proviene la expresión ‘Lanzarote y Fuerteventura, el granero de Canarias’, ya que proveían al resto del Archipiélago de esa base de mieses, completando el sistema de abastecimiento regional. De hecho, los cereales, como otros productos elementales típicos de Lanzarote y Fuerteventura (cal o sal, por ejemplo) se usaban para hacer intercambios con materias primas que escaseaban en estas islas y que sí tenían las otras, siendo un caso clásico el de la madera.

Los grandes bosques de Tenerife, La Palma, Gran Canaria o Madeira eran la fuente de suministro para majoreros y conejeros. Tampoco podemos olvidar que eran épocas en las que los transportes marítimos eran escasos y deficientes, limitando la lejanía de los mercados de aprovisionamiento. Incluso, existe cierto debate historiográfico respecto a la repercusión que tuvo para Lanzarote y Fuerteventura la declaración de Puerto Franco de 1852, con algunos autores considerando que supuso una gran desventaja comercial para estas islas no capitalinas, afectando especialmente al comercio de cereales.

Postal de los años 70 del siglo XX de una campesina, con la vestimenta típica de Lanzarote, recogiendo el trigo. Imagen cedida por Comercial Silva.

No obstante, hay que recordar que esa condición de granero regional no supuso una ventaja para la población insular, todo lo contrario. Era habitual que el grano producido en las islas más orientales de Canarias fuera enviado de forma prioritaria a otras islas más boyantes, puesto que la propiedad de la tierra en Lanzarote y Fuerteventura recaía en pocas manos y muchos de estos grandes terratenientes, quienes con frecuencia vivían en Gran Canaria, Tenerife o la Península, preferían exportar a dejar algo para el pobre mercado insular.

Los grandes propietarios (los señores de ambas islas o la Iglesia, por ejemplo), residían fuera de Lanzarote y Fuerteventura, a las que veían simplemente como islas de explotación, de las que podían obtener capitales para invertir fuera. El historiador Pedro Quintana Andrés, uno de los grandes especialistas en este periodo, habla de “grupos o instituciones cuyo interés estaba en la obtención del mayor beneficio a costa de hipotecar la futura supervivencia de sus habitantes”.

Los pequeños propietarios eran escasos en estas islas y en los parámetros del siglo XXI las condiciones sociolaborales de los campesinos conejeros y majoreros serían intolerables. Por si fuera poco, la carga de impuestos en islas de señorío como Lanzarote y Fuerteventura era mayor que en las de realengo, cerrando el círculo pernicioso de la raquítica economía de estas islas. De hecho, muchas de las rebeliones populares insulares vividas en estos siglos tuvieron que ver con épocas de emergencia y sequías, cuando sectores de la población de Lanzarote y Fuerteventura se amotinaban pidiendo abastecimiento de grano y rebaja de impuestos, como principales demandas. La oligarquía absentista, además, aprovechaba las habituales crisis para luego comprar, a precios ventajosos, más tierras de pequeños propietarios arruinados por las sequías.

Cultivos de secano

Aunque su época dorada estuvo asociada a su largo ciclo como productos de exportación regional, especialmente a partir del siglo XVII, los cereales tienen una larga tradición en esas islas orientales, porque se ajustaban a la perfección a las condiciones de sequedad de ambas. Ya los primeros pobladores de Canarias, denominados majos o maxies en el caso de Lanzarote y Fuerteventura, usaron estos cultivos de secano por su capacidad de adaptarse a sus escasas lluvias. Cuando caían las precipitaciones, vegas y tierras fértiles de Lanzarote y Fuerteventura eran sembradas de cebada (romana, rabuda, rubia o blanca), trigo, centeno, millo u otras variedades.

Además de su adaptación a la dura climatología local, tanto antes como después de la conquista europea, los granos fueron claves porque aportaban nutrientes básicos a unos isleños con dietas muy empobrecidas, dotándolos de productos tan básicos como el pan o el gofio. Al tiempo que eran capitales para la alimentación de vacas, cabras y otras reses, de las que, a su vez, dependía el suministro de leche, queso o carne.

A pesar de su buen acomodo a la sequedad de Lanzarote y Fuerteventura, el cultivo del cereal se enfrentaba a muchos obstáculos, siendo el principal la falta de agua. Cuando las sequías duraban varios años y las cosechas no lograban prosperar, los problemas de hambrunas y emigración masiva se agudizaban hasta niveles catastróficos.

Imagen de 1890 aproximadamente de unos pajeros en Lanzarote, una estructura muy común en el paisaje agrícola antiguo de la Isla. Fotografía cedida por el Archivo de fotografía histórica de Canarias, del Cabildo de Gran Canaria-FEDAC.

La mayoría de población insular no siempre se benefició del cultivo del cereal

Durante siglos, los isleños se esforzaron en idear sistemas muy ingeniosos, pero tremendamente trabajosos de poner en pie, con los que aprovechar hasta la última gota: gavias, nateros, bancales, enarenados… Toda la agricultura tradicional es la crónica de una titánica y dramática lucha por la supervivencia en un ambiente muy seco y hostil. En paralelo a las sufridas técnicas de cultivo también se desarrolló una impresionante, y no menos artesanal, ‘arquitectura del agua’, tanto para almacenar (aljibes, maretas, alcogidas...) como para extraer líquido del subsuelo (pozos, galerías).

Además, los cereales se enfrentaban a otros peligros como el parásito de la alhorra, las funestas plagas de langosta o la aparición de gorgojo, entre otros. Por si fuera poco en Lanzarote, las gigantescas erupciones de Timanfaya, entre 1730 y 1736, sepultaron muchos de los mejores valles cerealísticos de esta isla, aunque, a largo plazo, produjo un ciclo agrícola más productivo, con el vino y los aguardientes que se empezaron a producir en La Geria y alrededores.

Si los sembrados superaban sequías, plagas y volcanes, eran tratados con máximo cuidado y esmero, llegando a fijarse guardas y sobreguardas comunales, destinados tanto a evitar posibles robos de los cultivos, como a impedir las dañinas entradas de ganado guanil para alimentarse sin control. En los años de buenas lluvias, hay registros que atestiguan la llegada de muchos jornaleros de otras islas para ayudar principalmente en la recolecta, pero también en otras tareas de trillado, molienda, almacenaje o transporte.

Las cosechas eran eventos económicos y sociales de primera magnitud, asociándose no solo a muchas fiestas populares, sino a tradiciones de todo tipo. En torno a las faenas colectivas del cereal se intercambiaban desde saberes de oficios ancestrales y trucos de medicina tradicional, a romances de la rica literatura oral y, por qué no, amoríos y noviazgos.

Dibujo de Santiago Alemán de la antigua molina de Caleta del Sebo. La imagen está incluida en la publicación ‘Arquitectura tradicional de Canarias. Un recorrido a través del dibujo’ (Ediciones Remotas).

Molinos

La huella de los cereales en la historia y cultura isleña es muy amplia, siendo la arquitectura uno de los ámbitos con mejores ejemplos. Además de las eras (para trillar las mieses) y las cillas, taros, pajeros, graneros o pósitos (para almacenar), durante siglos molinos, molinas o tahonas fueron los grandes protagonistas de la molienda del grano, con un grado de sostenibilidad energética que hoy resulta envidiable.

Los cereales se exportaban a Tenerife, La Palma, Madeira, Gran Canaria...

La energía eólica, en unas islas que reciben corrientes de viento casi permanentes durante todo el año, era el principal motor para poner en funcionamiento aquellos artilugios tan importantes para la alimentación del pueblo, especialmente en productos esenciales, como pan y gofio. Los molinos tenían engranajes y sistemas más o menos desarrollados, desde los más básicos, instalados después de la conquista, a otros más sofisticados de los últimos siglos.

En Fuerteventura se han conservado valiosos ejemplos en distintos municipios y hay espacios que tienen molinos visitables como los del Ecomuseo de Tefía y el Museo del Queso, aunque el gran espacio es el Centro de Interpretación de los Molinos, en Tiscamanita. Todos pertenecen al Cabildo insular. Además, sobre el mundo del cereal se puede ver el Museo del Grano La Cilla, en La Oliva.

En Lanzarote hay muchos menos ejemplos rescatados. La oferta pública de molinos visitables se concentra en el del Jardín de Cactus, mientras que en el sector privado sobresale el Museo El Patio, en Tiagua, y la Molina de José María Gil, en San Bartolomé. Sin embargo, la mayoría de estas estructuras en Lanzarote han sido pasto del abandono, a pesar de que se idearon proyectos de recuperación como el de Cabo Pedro, en Arrecife, o la molina de Caleta del Sebo, en La Graciosa.

En el otro lado de la balanza, hace pocos años se han recuperado dos ejemplos antiguos en Teguise y también se ha restaurado el molino de Tiagua, de propiedad privada, que había quedado muy dañado tras el paso de la tormenta tropical Delta en 2005.

Molino de Cabo Pedro en Arrecife. Foto: Adriel Perdomo. 

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