ENTREVISTA

“Ha empeorado la salud mental infantil y juvenil en estos dos últimos años”

Francisco Sande, psiquiatra de la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil de Lanzarote

Saúl García 0 COMENTARIOS 16/03/2022 - 07:54

-¿En qué grado de preocupación tenemos que colocarnos sobre el estado de salud de la infancia y la juventud de la Isla?

-Tengo una visión sesgada porque veo a los que no están bien. Entiendo que a una parte, si no la veo, es porque está bien, pero sí que ha habido un empeoramiento en la salud mental infanto-juvenil en estos dos últimos años, especialmente a partir del retorno a las clases en septiembre de 2020. Hay otros que lo colocan en diciembre de 2020, pero mi sensación es que es con el inicio del curso.

-¿En qué franja de edad están peor las cosas?

-En general, en todas. Hay una parte que se ha notado mucho, entre 12 y 18 años, con autolesiones, intentos de suicidio, cuadros depresivos, de ansiedad, problemas para asistir a clase... Por otro lado, muchos compañeros comentan que a los que eran pequeños en el confinamiento, entre cero y tres años, se les nota retrasos en el desarrollo, por no asistir a guarderías, no poder ir a los parques, etcétera, con retrasos comunicativos del lenguaje...

-Y muchos de estos problemas se manifestarán dentro de unos años...

-Todos tenemos la ilusión de que cuando el Covid esté superado todo vuelva a la normalidad. Ojalá, pero la sensación que tengo es que esto es una bomba y va a tardar en bajar. Ojalá se consiga, pero no estoy seguro.

-Pero algunas de estas circunstancias se deberán al tipo de sociedad que tenemos. Ya se daban antes de la pandemia, ¿no?

-Unos problemas se han agravado y otros han surgido. Muchos tienen que ver con el confinamiento. Imagina si te meten tres o cuatro meses en casa con 15 o 16 años... Y eso que el tiempo de confinamiento no fue mal. Ha sido después. Y está la incertidumbre: si voy a empezar las clases, si me ponen en las clases de mis amigos, si en el recreo no me puedo juntar con ellos o no puedo quedar por las tardes o no hay actividades...

-¿Tantas normas afectan de forma negativa?

-Claro, porque afectan a la socialización y en esas edades es fundamental. Y luego está el desparrame de las redes sociales, que es importante.

-¿Porque están sustituyendo a lo presencial?

-Si solo hubiera sido eso, sería hasta positivo. El problema es que las redes sociales no sustituyen esa comunicación: es que ven vidas falsas que creen reales. Están los dos extremos: esa parte de Instagram donde todos están bien y todo es maravilloso y, entonces, yo soy un mierda porque yo estoy fatal, o la otra parte, en que todo el mundo expone lo mal que está y piensas que, si no estás mal, qué raro eres, y puede haber un cierto contagio. Hay, incluso, páginas de cómo autolesionarte sin que te vean tus padres... Facebook sabe que resulta tóxico para algunos adolescentes y a pesar de eso no hizo nada.

“El problema con las redes sociales es que se ven vidas falsas que se creen reales”

-¿Esto requiere un cambio en el uso de las redes: más vigilancia de los padres, fomento del espíritu crítico para entenderlas?

-Y también alternativas, porque durante ese periodo no había alternativas. Era estar con tus padres y no había más, y eso influye. Hay familias que tienen miedo de que vuelvan a la actividad, hay incertidumbre y mucha angustia.

-El cerebro humano lleva mal la incertidumbre...

-No sé si es el cerebro humano o nuestra sociedad, porque nos hemos hecho a tener todo bajo control. En otros sitios no es así y la gente vive con esa incertidumbre asumida, pero nosotros hace años que cada vez menos.

-¿Y el miedo nos paraliza?

-Es una emoción más y nos salva de muchas. El problema es cuando es excesivo o es hacia algo que no debería dar miedo. Por ejemplo, ir a clase, estar en un instituto no debería dar miedo, pero da. Eso sí es un problema.

-Muchas familias prefieren que sus hijos estén en casa antes que en la calle porque creen que están más seguros, pero en casa, con las redes, también hay riesgos.

-Las habitaciones se han convertido un poco en jaulas. Por otro lado, lo de la calle ya pasaba antes, pero se ha multiplicado porque ahora se suma la inseguridad de coger el Covid. Ha aumentado.

-Pero las calles, al menos en Lanzarote, no son inseguras o a los jóvenes les pasa, en todo caso, lo que les tiene que pasar.

-Claro, pero eso va acompañado de la necesidad de tiempo. No es lo mismo que yo deje a mi hijo de ocho años que vaya solo por la calle a que yo lo acompañe, vayamos al parque, a la cancha, a ver a los amigos... Eso me requiere un tiempo como padre que o bien no tengo o bien prefiero quedarme en casa.

“Si un niño no tiene contratiempos, ¿cómo puede aprender?”

-Da la impresión de que los adolescentes son incómodos. Se sabe lo que no queremos que hagan, pero no está claro cuál es su lugar, y además les hemos exigido un plus de responsabilidad de no llevar al virus a casa y matar al abuelo...

-Una buena parte de los problemas vienen por ahí: salgo, pero no, pero ahora me he acostumbrado a no salir... Hay jóvenes que, después del confinamiento, les costaba salir de casa y lo han pasado mal. Y un adulto se ve en la obligación de hacerlo, para trabajar o ir a la compra, pero un adolescente si no va al instituto... Me encuentro mucho con adolescentes y sus padres que me están pidiendo y hasta exigiendo que les haga un informe para que den las clases online. No quieren ir al instituto por angustia, por episodios de ansiedad... Para mí es más fácil hacer el informe, pero eso no es lo que necesitan, necesitan exponerse a esa situación fóbica de forma progresiva, y ahí los institutos están ayudando.

-¿Hay episodios de acoso?

-En algunos casos sí, pero no tanto. Esto se ha disparatado. El mayor problema, de todas formas, es el de los que tienen cuadros depresivos, de ansiedad, autolesiones, ideas de suicidio, o también hay un pico de incidencia de conducta alimentaria: anorexia y bulimia.

-¿Es similar a lo que ocurre en nuestro entorno?

-Sí. No hay casuística propia de la Isla. Alemania se ha declarado incapaz de asumir esto. En Gran Canaria se ha triplicado o más el ingreso en psiquiatría de menores y a nosotros también nos está ocurriendo aquí.

-¿Y qué se puede hacer?

-Por un lado, para atender mejor al que ya está mal, hay que aumentar los recursos en Lanzarote. Y después es fundamental la prevención, que es la más complicada porque nos implica a todos, no solo a los psiquiatras. ¿Qué se puede ofrecer a estos jóvenes que sea más saludable que estar enganchado a un videojuego, a Netflix o una red social? Que haya actividades, que los padres tengan disponibilidad, que los precios sean asequibles, flexibilidad en la escolarización a los institutos, que se están portando fenomenal en esto, aunque seguro que necesitan más personal de apoyo. Todo esto sería bueno, y trabajar con los padres.

-Y después está la situación familiar, los horarios de trabajo de las familias, y muchos niños se pasan el día solos en casa.

-Eso es un problema que está en todos los sitios y aquí más todavía, con los turnos de trabajo de la hostelería, por eso es una labor que depende de todos.

“Ir a clase, estar en un instituto, no debería dar miedo, pero da. Eso sí es un problema”

-¿Hay un perfil sociológico de los que van a su consulta?

-Hay de todo. Tampoco hay tanta diferencia de estratos sociales, ni clase muy alta ni pobreza extrema. Puede haber diferencias culturales porque hay gente de todo el mundo, pero en los niños no se nota tanto.

-¿Han atendido por problemas mentales a menores que llegaron en patera?

-Hemos atendido a alguno. La mayoría son chicos que no vienen a la consulta por el trauma del viaje. Los que yo he atendido ya venían con problemas de allí: situaciones de consumo de drogas, o niños sin escolarizar, con patologías, discapacidades intelectuales, con trastornos de conductas o que les habían echado de casa... El problema no se queda por el camino, claro.

-Con la pandemia, ¿los problemas de adicciones, de drogas o de juego, han pasado a un segundo plano?

-No tanto. No tenemos la epidemia de los años 80, pero el consumo de cannabis se ha generalizado y minimizado los riesgos. Yo percibo que hay un consumo de benzodiazepinas cada vez más alto en menores. Otras drogas se habrán reducido, pero esas dos no, y el juego está subiendo, quizá no con gente tan joven. Hay barrios en que el centro de reunión es la casa de apuestas porque es donde se puede ver el fútbol.

-¿Qué diferencia hay entre los adolescentes de hoy y los de hace 15 o 20 años?

-Me gustaría pensar que no hay una diferencia, y esto es una opinión subjetiva, pero puede haber mayor fragilidad psicológica y tendemos más hacia eso. Hace 20 o 30 años asumíamos problemas parecidos a los de ahora y la gente se cabreaba mucho, y no siempre se resolvía, pero en muchos casos sí, y se iban a estudiar fuera o lo pasaban mal unos meses, pero aguantaban el tirón. Esa fragilidad es mayor ahora, muchos dejan la carrera y se vuelven, esa tolerancia a la frustración es menor, incluso se quieren morir porque les ocurre algo. Pero no hay estudios claros sobre eso y está condicionado por mi pensamiento. Hay grabados egipcios que dicen que la juventud de antes no era como la de ahora, que ahora son todos unos flojos... También está nuestra propia angustia como padres, que les intentamos evitar cualquier tipo de malestar. Tienen que enfrentarse ellos a los problemas. Eso viene un poco de nuestra angustia de que el niño no sufra nada y eso es imposible y es contraproducente. Si un niño no tiene contratiempos, ¿cómo aprende, si todo se lo resolvemos nosotros? Esa fragilidad viene de ahí, no es culpa de ellos, es que no les dejamos que se caigan. Si se caen, pues que se levanten.

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