Jacob Morales Mateos, arqueobotánico
“La arqueobotánica tiene mucho por descubrir en Canarias”
Jacob Morales Mateos, arqueobotánico
Se podría decir que Jacob Morales nació dos veces. Y las dos en el mismo lugar. Llegó al mundo al pie de la Montaña de Amagro de Gáldar, en el barrio de San Isidro. Su memoria infantil camina sobre el volcán, repoblando plantas junto a su tío en las laderas del montañón. Su abuelo fue yerbero, entre otros oficios, y su abuela no perdonaba una agüita guisada al día. Así fue como tuvo lugar su gestación como arqueobotánico. “Siempre me gustó la Historia y el uso de las plantas. Cuando descubrí que había una disciplina que las combinaba...”.
Aquí Jacob se queda sin palabras y brota de su interior un “ossshhh” que define a la perfección la pasión que guía el trabajo de este doctor en Historia con la tesis ‘El uso de las plantas en la prehistoria de Gran Canaria: alimentación, agricultura y ecología’ y Premio de Investigación Cueva Pintada que ha colaborado con la Universidad de Leicester y con centros de estudios de Marruecos en el marco de sus trabajos de campo en el Norte de África.
-¿Qué es la arqueobotánica y cómo se introdujo usted en esta parcela científica?
-Bueno, la arqueobotánica es en esencia el estudio de los restos de plantas que encontramos en los yacimientos arqueológicos. En mi caso, estudié Historia. Cuando supe de la Arqueobotánica me fui al País Vasco, porque aquí en Canarias no había nadie que la practicara, y allí conocí a Lidia Zapata, que luego sería mi directora de tesis y que era una de las pocas especialistas sobre el tema que existía en España. De hecho, todavía hoy seguimos siendo muy poquitos.
-¿Y qué es lo que nos cuenta la arqueobotánica de Gran Canaria y de Canarias?
-Por un lado, nos habla de las plantas cultivadas, es decir, de la agricultura. Nos da información acerca de qué plantas introdujeron los antiguos canarios en el Archipiélago. Las plantas cultivadas o domésticas que utilizamos en Canarias, como el trigo, la cebada, las lentejas o las habas, no son especies silvestres que crecen en cualquier lado. Han sufrido modificaciones, lo que se llama un proceso de domesticación que comenzó hace 10.000 años en Oriente Próximo. Esas plantas fueron dispersadas por el ser humano hasta llegar a Canarias. Así que nos están hablando también de esas rutas de dispersión, de la gente que llegó a las islas y de su alimentación.
“¿Qué te llevas al fin del mundo y cómo puedes sobrevivir con eso mil años?”
-¿Y qué papel jugaron las plantas endémicas?
-En efecto, también nos encontramos restos de plantas endémicas que formaron parte de su alimentación, como la palmera canaria, el mocán o el amagante. Lo sabemos por los restos arqueológicos y por documentos de los primeros europeos. En Gran Canaria, en base al estudio de los restos de la dieta en los huesos y otras evidencias, sabemos que el gofio era casi la base de la dieta. Hasta que no se hicieron los estudios de semillas no sabíamos con qué lo hacían, con qué especies, ni de dónde las trajeron. Esto nos permite compararlos con los datos del Mediterráneo y saber de dónde vinieron, algo que hemos terminado de precisar con los estudios de ADN.
-¿Y cuáles eran y de dónde procedían esas semillas? Se habla por ejemplo con frecuencia de la cebada milenaria…
-Los aborígenes canarios trajeron granos de cebada del norte de África, que es una planta doméstica y que necesita cuidados, digamos que no crece debajo de una tabaiba, sino que hace falta modificar el terreno y crear una parcela de cultivo. Esa cebada la trajeron los primeros canarios consigo y la cultivaron durante 1.000 o 1.500 años hasta que llegaron los conquistadores españoles. Lo que hicieron estos últimos fue introducir plantas que eran mucho más productivas, como también pasó con las cabras o las ovejas, de modo que casi no quedó nada de lo anterior. Pero con la cebada no pasó eso. Siguió cultivándose la misma cebada, año tras año, generación tras generación. Tomamos el ADN de semillas arqueológicas y, al compararlo con el de la cebada que siguen cultivando los campesinos canarios, vimos que es prácticamente la misma.
-¿Y además de la cebada?
-Trajeron el trigo duro, que está más adaptado a zonas áridas y es el que utilizan sobre todo en el norte de África. También lentejas, que tuvieron una gran importancia, porque eran muy nutritivas. Lo que sucede es que las lentejas no son tan productivas como la cebada, que da dos o tres veces más por hectárea. También las habas, y no estamos muy seguros con las arvejas y guisantes. Tenemos algunos restos en Cueva Pintada, pero, como son niveles de contacto con los europeos, no lo tenemos muy claro. Y la última es la higuera.
“Vieron que la madera de laurel no se picaba y la usaron de puerta en los silos”
-Sí, parece ser que era una especie de golosina.
-Es que era la única fruta que tenían doméstica. Y el higo tiene una importancia vital, no solo por su alimento o dulzura, sino porque se puede almacenar durante mucho tiempo, hasta un año. Esto es básico, sobre todo en los años malos.
-¿Qué se sabe de los usos medicinales de las plantas por parte de la sociedad aborigen?
-Lo que pasa es que yo, como arqueólogo, no sé qué uso se le dio cuando encuentro una semilla. Pero sí sabemos, a partir de los documentos de los primeros conquistadores, que usaban el mocán como medicina. Procesaban los frutos y hacían una especie de arrope, como un licor, y todos los frutos dulces que se fermentan producen alcohol. El arrope del mocán era la medicina más valiosa, llamada chacerquén.
-Incluso hubo algún uso insecticida de algunas plantas.
-Como uso insecticida tenemos las hojas de laurel en los graneros. Es asombroso que queden restos de semillas mil años después. En una investigación, uno de nuestros ayudantes comentó que su abuela utilizaba hojas de laurel para matar bichos. Entonces empezamos a atar cabos y comprobamos que en la Universidad de La Laguna ya se tenía conocimiento de estas propiedades con estudios farmacológicos que revelaban que el laurel contiene aceites esenciales que matan los bichos, impiden el crecimiento de los hongos y han sido utilizados en muchas culturas como insecticida. Datamos esos restos de hojas de laurel y resulta que tenían mil años, esto es, la misma antigüedad que los granos. Incluso en el Museo Canario se conserva la puerta de un silo hecho con madera de laurel. Vieron que el laurel era una madera que no se picaba y la usaron para el lugar que para ellos era más valioso, sus silos, es decir, lo que al final marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.
-Y, dígame, ¿sigue estando solo ante el peligro como arqueobotánico en Canarias?
-Ahora mismo estamos formando a un chico, aunque está más interesado en la entomología. Los jóvenes se interesan más por nuevas técnicas, el ADN, los isótopos... La arqueobotánica requiere de mucho trabajo, invertir muchas horas recogiendo sedimentos y muchos meses al microscopio.
“Lanzarote y Fuerteventura fueron las primeras islas en ser habitadas”
-¿Y qué retos tiene por delante la arqueobotánica en el Archipiélago?
-Gran Canaria la conocemos bastante, pero el resto de las islas son casi desconocidas a nivel arqueobotánico, así que queda mucho por estudiar y descubrir. En Fuerteventura, solo hemos estudiado un yacimiento de forma sistemática y otro más en Lanzarote. En el resto de las islas son muy pocos los yacimientos estudiados, así que apenas conocemos nada. Yo también tengo la suerte de trabajar en el norte de África, de donde venían nuestros ancestros, y tenemos restos muy antiguos que son muy interesantes. No son directamente los primeros aborígenes, pues son mucho más antiguos en muchos casos, pero vemos relaciones. Hay plantas que aparecen en yacimientos en La Palma, sobre todo la sabina, con cuyo fruto se hace la ginebra. En yacimientos del paleolítico tenemos restos que, probablemente, ellos utilizaban para hacer un tipo de licor que se sigue consumiendo en Túnez, pues en Canarias hemos encontrado restos de sabina; o dicho de otra manera, las personas y las culturas cambian, pero las plantas son las mismas.
-¿Y qué territorios insulares parecen ‘a priori’ que pueden arrojar más y más valiosa información?
-Lanzarote, por ejemplo, y Fuerteventura, que son las más cercanas al continente africano y probablemente serían las primeras en ser habitadas. Tendríamos probablemente más cultivos, porque el número de elementos que puedes transportar de una isla a otra va disminuyendo a medida que te expandes, por el conocido como efecto cuello de botella. Por eso en las islas orientales tendríamos que encontrar más cultivos que en las otras, si ocurriera de la forma en que pensamos. Pero, en definitiva, no tenemos ni idea y todo eso me apasiona mucho. Y de las occidentales, El Hierro y La Palma, que eran el borde del mundo conocido. ¿Qué te llevas al fin del mundo y cómo pudiste sobrevivir con eso mil años sin tener apenas contacto con el mundo conocido? Son preguntas que yo espero poder resolver algún día.
Granos de trigo carbonizados procedentes del yacimiento de El Tendal, en La Palma, de unos 1.500 años de antigüedad. Foto: Jacob Morales.
Comentarios
1 Anónimo Vie, 25/03/2022 - 17:04
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