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De trabajadora de un centro de menores a madre de acogida

Soraya González acoge desde finales del año pasado a Hamza, un joven que llegó en patera a Fuerteventura con solo 13 años y a quien conoció en el centro donde trabaja

Eloy Vera 0 COMENTARIOS 14/10/2022 - 06:58

Hamza siempre pensó que cuando su patera llegara a Europa tendría que estar en un centro de menores hasta que cumpliera la mayoría de edad. Luego podría trabajar y enviar dinero a su familia de Agadir, en Marruecos. Sin embargo, la historia cambió cuando se encontró con Soraya, una trabajadora del centro de menores que terminaría convirtiéndose en su familia de acogida en Fuerteventura.

Hace unos años, Soraya González estuvo a punto de formar parte del programa de acogida de niños del Gobierno de Canarias, aunque al final no pudo ser. La idea la aparcó de su mente hasta que conoció a Hamza, un chico marroquí de 13 años que en septiembre de 2019 llegó al centro de menores en el que trabaja después de que su patera arribara en las costas de Fuerteventura.

Durante todos estos años, Soraya ha conocido y escuchado decenas de historias de niños que han hecho solos el camino que separa África de Europa. Sin embargo, con Hamza creó un nexo diferente desde el primer momento. “Desde el principio, me trasmitió mucho. Llegó sin conocer el idioma, despegado de la familia. Todo eso hizo que se creara un vínculo muy estrecho entre los dos”, asegura.

Desde que entró a trabajar en el centro de menores, Soraya ha tratado con decenas de niños que entran y salen del centro. Unos están unos meses, otros años, pero con Hamza fue diferente. “Sentí como si fuera parte de mí”, asegura. “Sé que en este trabajo hay que separar las emociones, pero con él nunca pude. Me afectaba todo lo de él. Quería que estudiara y que hiciera las cosas bien. No quería que se perdiera en el camino”, cuenta.

En marzo de 2020 llegó el confinamiento. Todo el país tuvo que encerrarse en casa a esperar que los contagios y las curvas de incidencia por el Covid bajaran. El centro donde vivía Hamza también tuvo que echar el fechillo. Los chicos dejaron de salir a la calle y de ir al instituto. Las cuidadoras y educadoras pasaban muchas más horas con ellos. Fue ahí cuando Soraya y Hamza crearon una unión más fuerte que terminó animándola a dar el paso y a entrar en el programa de acogida.

Unas 250 familias están inscritas en el banco de acogentes de la Consejería de Asuntos Sociales del Gobierno de Canarias mediante el cual los padres cuidan temporalmente de niños que acaban tutelados por situaciones de desamparo o abusos. El repunte migratorio en Canarias, en los últimos años, ha hecho que se incorporen menores africanos que han hecho solos el viaje en patera. En estos momentos, el Gobierno de Canarias tutela 2.431 menores migrantes de los que 212 se encuentran repartidos en centros de acogida de la isla de Fuerteventura.

Soraya se decidió a ser madre de acogida de Hamza en 2020. La epidemia y los continuos cambios de nivel hicieron que el proceso se ralentizara hasta que le comunicaron que era viable la acogida en marzo de 2021. La mujer tiene dos hijos mayores de edad, un chico y una chica, que ya hacen vida fuera del hogar familiar.

En marzo de 2021, la directora del centro de menores le comunicó al joven que había una persona interesada en acogerlo. La persona de acogida era Soraya. “Me puse feliz y me emocioné porque no me lo esperaba”, comenta Hamza, que ha permanecido durante todo el tiempo de la entrevista en silencio escuchando el relato de Soraya.

Objetivo Europa

Hamza, huérfano de padre desde los siete años, vivía en Agadir junto a su madre y sus tres hermanos, dos chicas y un chico. Su vida transcurría entre el colegio y darle patadas al balón de fútbol hasta que empezó a escuchar los cantos de sirena que llegaban de Europa. “Quería tener una vida normal, un trabajo y poder estudiar, un futuro”, sostiene el joven. Y ese futuro creyó que estaba en el continente de al lado.

En septiembre de 2019, una embarcación salió de Marruecos rumbo a Canarias. Viajaban unas 27 personas, entre magrebíes y subsaharianos. Entre ellos, algunos menores. Hamza era uno de los que se apretujaba en la patera. Se había ido de su casa sin decirle nada a su madre por temor a preocuparla o a que abortara su idea del viaje.

Después de tres días en alta mar fueron rescatados. Hamza, con 13 años, fue llevado a un centro de menores. La casualidad hizo que encontrara allí a la que años después sería su segunda madre. En un sitio donde no conocía a nadie ni compartía idioma, la mano de Soraya fue la primera en agarrar.

El 2021 estaba a punto de despedirse cuando Soraya recibió la noticia que más esperaba desde hacía un año, la de poder llevarse a Hamza a casa. Tras meses de espera y de permisos que le permitían pasar las tardes y fines de semana juntos, el 21 de diciembre, un día antes del sorteo de la lotería de Navidad, Soraya recibió el premio que más anhelaba: poder llevarse al joven a su casa. Corrió al instituto para darle la noticia a Hamza. “Cuando me llamaron, me fui corriendo al instituto. No podía esperar a las dos. Interrumpí la clase y me lo llevé”, recuerda entre risas.

Cuando Hamza vio que el director interrumpió la clase y lo llamaban fuera creyó que algo malo había pasado. No pensó jamás que el regalo de Navidad se adelantaba unos días. Soraya reconoce que empezó la convivencia con cierto temor, “nos conocíamos de antes, habíamos convivido en el hogar, pero temía que en algún momento empezaran a aflorar conflictos”, pero no fue así.

A punto de cumplirse un año de convivencia, han congeniado de maravilla. “Siento que siempre ha estado en mi familia. No noto la diferencia ni que sea algo nuevo en casa. Enseguida encajó bien con mis hijos, mi madre y hermanos”, cuenta.

El joven también ha conseguido congeniar con la familia que se ha encontrado en Europa. “Me han mostrado cariño. Son como si fueran mi familia. No me esperaba encontrar esto. Solo pensaba que iba a ir a un centro hasta los 18 y luego saldría a buscarme la vida”, sostiene el joven mientras destaca la importancia que supone para los menores migrantes poder ser acogidos por familias.

“Con esta experiencia me he dado cuenta de la gran oportunidad que se les da a estas criaturas. Ellos están en un centro y luego al cumplir los 18 Dios sabrá qué ocurre. Saber que van a tener un techo y una vida normalizada donde pueden seguir con sus estudios es muy importante”, apostilla Soraya.

Hamza sigue hablando casi a diario con la madre que dejó en África. La mujer no habla español, pero en su idioma traslada su agradecimiento a Soraya cada vez que tiene la ocasión. “Está siempre dando las gracias. Su progenitora tenía miedo de lo que le pudiera pasar en Europa. Es su hijo más pequeño y es lógico”, señala la madre de acogida.

Soraya trabaja por las mañanas y Hamza, que ha terminado ya los estudios de la ESO, se ha matriculado este curso en un ciclo de automoción. Dos días en semana entrena fútbol. Cuando llegan a casa, reparten las tareas. Un día en semana les toca zafarrancho de limpieza, una labor que también hacen a medias.

Viven con dos perros y cinco gatos. Son la otra parte de la familia. Hamza no estaba acostumbrado a convivir con animales en casa, pero se ha habituado con rapidez y suele salir por su barrio a pasear con alguno de los perros.

Agosto fue muy intenso para Soraya, una amante y defensora de los derechos de los animales. Ese mes echó una mano en la creación de un albergue para perros y gatos. Se sorprendió de las ganas con las que Hamza se sumó a la iniciativa, aunque la gran sorpresa sería un poco más adelante. Soraya tuvo que despedir a una de sus perras más mayores. Hamza estuvo toda la noche acompañándola en el centro veterinario hasta que la perra murió. “Fue muy importante para mí que estuviera ahí y no quisiera separarse de nosotras”, dice emocionada.

A pesar de todo lo bueno que ha encontrado en Europa, Hamza sigue echando de menos a su madre. Una vez cumpla los 18 años y tenga los papeles en regla, le gustaría ir de visita a Agadir. También le encantaría que Soraya conociera a la familia que dejó atrás cuando tenía 13 años en busca de oportunidades en Europa. “Ese tema lo hemos hablado. Entiendo que el primer viaje será muy emotivo después de tantos años sin verse y es para disfrutarlo con su familia. Cuando repita iré yo también. El primero es de él. Es el reencuentro y creo que debería dejarlo que viva ese momento”, explica.

Una vez cumpla la mayoría de edad, Hamza tiene claro que quiere seguir viviendo en Fuerteventura. También que si retrocediera en el tiempo no volvería a coger una patera para viajar a Europa. Con 13 años fue atrevido y se tiró al mar. Con 17 recién cumplidos sabe que no lo haría. “Hay gente que muere en el mar”, sostiene.

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