El tenor lanzaroteño forma parte desde hace tres décadas de la Fundación Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid
El don que le cambió la vida a Pedro Camacho
El tenor lanzaroteño forma parte desde hace tres décadas de la Fundación Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid
Poco podía imaginarse a finales de los años 80 el entonces jovencísimo Pedro Camacho que su destino no sería seguir atendiendo la administración de la zapatería Viuda de Pérez de Arrecife, sino admirar al mundo entero con su tesitura de tenor primero en la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (Fundación ORCAM).
Con una humildad que sorprende, el artista cuenta sus orígenes en el bel canto con enorme agradecimiento a cuantas personas le ayudaron a estudiar música, dado que sus posibilidades económicas eran muy limitadas. “Mi padre había fallecido y mi madre y yo vivíamos de lo que ganaba en la zapatería”, recuerda.
En la Lanzarote de aquellos años había pocas distracciones, así que, “por casualidad”, acabó cantando en la misa de la Iglesia de San Ginés. El gran maestro Braulio de León lo encaminó en su búsqueda de tesitura vocal como tenor, y también contó con la ayuda de doña Encarnación Rodríguez, que estaba al frente del grupo Alborada.
Pedro admite que su don le ha abierto todas las puertas en la vida. Eso y personas buenas que se cruzaron en su camino. Primero, la asesora laboral Caridad Romero del Mas, que le oyó cantar y se convirtió en su valedora. “Ella era entonces delegada de Mapfre Guanarteme en la Isla y me recomendó para un programa de ayudas que llevaba la compañía en Gran Canaria. Mi jefe, Balbino Pérez, también me animó a hacer la prueba de canto. Recuerdo que la hice en Vegueta, en la propia casa de la profesora, Pepita Suárez, que ya era una institución. Me oyó y me dijo ‘la semana que viene, tienes que estar aquí’, así que puede decirse que mi vida cambió en aquel mismo instante, primero, porque tuve que abandonarlo todo y, después, porque me inicié en un mundo en el que he desarrollado toda mi carrera profesional y en el que soy muy feliz”, admite.
Los mecenas de la aseguradora tuvieron que componérselas para gestionar un patrocinio de estudios artísticos, “ya que su programa era para estudiantes de carreras empresariales”. La solución fue que Pedro prestara sus servicios por la mañana en la biblioteca de Mapfre y acudiera a sus clases en el Conservatorio de Las Palmas de Gran Canaria, “que aún estaba en la zona del Puerto”.
Aunque fueron años maravillosos, donde pudo conocer a algunos grandes de la música lírica canaria como el contratenor Mario Guerra, el destino le tenía preparada otra vuelta de tuerca: “Fue el propio Guerra quien habló conmigo y me convenció de dar el salto a Madrid o Barcelona. Me dijo ‘tienes 24 años, debes ir donde están las oportunidades’”.
Echándole coraje, Pedro se plantó en la capital madrileña, donde reside desde entonces. A su llegada, fue admitido en la Escuela Superior de Canto, y prácticamente pasaba el día entero aprendiendo los pormenores de su oficio, desde fonética para la vocalización en otros idiomas a las técnicas de Suso Mariátegui, asistente de Alfredo Kraus, que le dio clase en la Escuela de Música Reina Sofía.
Sin embargo, la vida en Madrid resultaba muy costosa para un estudiante dedicado al arte y que había tenido que renunciar a su patrocinador al salir de las Islas. “Al principio te ilusionas y crees que tienes posibilidades para ser solista, pero, poco a poco, uno se va haciendo realista y, en mi caso, no estaba en condiciones de seguir asumiendo los gastos que ocasionaba mi estancia en la ciudad”.
Habida cuenta de que nunca recibió subvenciones de las entidades públicas de la Isla “a excepción de una beca de transporte durante la presidencia de Pérez Parrilla”, Pedro Camacho decidió presentarse a las pruebas de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid y asegurar su futuro en la música como profesional en la ORCAM, donde fue seleccionado.
Coro de la Comunidad de Madrid. Foto: Íñigo de Amescua/Fundación-ORCAM.
Escenarios del mundo
Desde entonces, Pedro integra este coro de cámara compuesto por 38 miembros para las cuatro cuerdas clásicas (tenor, barítono, soprano y contralto). Con la Fundación ha viajado por todo el mundo. “La Comunidad nos envía a representar a Madrid a todas las exposiciones universales que se organizan”, explica, entre risas.
“Es admirable que haya tantas agrupaciones musicales, de todos los estilos”
Ha cantado junto a Plácido Domingo, Juan Diego Flórez y otros grandes nombres de la ópera. Ha pisado el codiciado escenario del Teatro Real, cantando Aída (Verdi y libreto de Ghislanzoni); Carmen (Bizet y Merimé), “que fue maravillosa”; La sonámbula (Bellini y Romani); o Tannhäuser (Wagner). Dice que le gustaría cantar La Bohème (Puccini y Giacosa y Illica) en el templo de la ópera. Y recuerda con emoción lo orgullosa que estaba su madre, que lo vio en innumerables ocasiones y que “muchas veces no podía evitar llorar”.
Durante su brillante andadura internacional de casi tres décadas, el tenor lanzaroteño no ha tenido muchas oportunidades de volver a su tierra, aunque aplaude la afición por el canto en la Isla. “Es admirable que haya tantas agrupaciones musicales, de todos los estilos, pero en concreto corales, que requieren mucha disciplina”, dice.
Desde su experiencia, propondría “unir esfuerzos e intereses, dado que se trata de un sitio pequeño y la unión siempre hace la fuerza para solicitar ayudas que permitan pensar en proyectos de mayor envergadura”, aduce. Y a quienes estudian canto y sueñan con dedicarse profesionalmente al arte, Camacho los anima a “practicar, sin más. Cantar y cantar, esforzarse y, a veces, arriesgar. No hay otra forma”.
De Lanzarote, Pedro recuerda con especial cariño a su amigo Juan Luzardo, “un melómano, una persona cultísima, que tocaba de forma autodidacta varios instrumentos”. Luzardo se preocupó siempre por la educación musical de Pedro: “Estuvo pendiente de mí, incluso cuando me fui de la Isla. Íbamos a comer a veces a su casa, en Haría, y no sé cómo lo hacía, pero conseguía partituras y discos muy difíciles de encontrar”, rememora.
La conversación con el lanzaroteño termina hablando de las características de la voz de tenor primero: “Es un tenor ligero, más lírico, al que le va bien La Traviata o L’elisir d’amore”. Y, de repente, Pedro Camacho entona muy bajito la romanza Una furtiva lacrima. La realidad se para en la mesa de una cafetería y, como en un cuento de Borges, se demuestra empíricamente que la música es el lenguaje de los dioses.
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