Los habitantes de este pequeño pueblo han visto cómo en las primeras nueve jornadas de octubre arribaron a sus costas 2.367 migrantes
La Restinga vive el drama migratorio entre la solidaridad y las quejas por la gestión
Los habitantes de este pequeño pueblo han visto cómo en las primeras nueve jornadas de octubre arribaron a sus costas 2.367 migrantes
La localidad de La Restinga, donde se encuentra el muelle base de Salvamento Marítimo para el rescate de migrantes en la isla más occidental de Canarias, se debaten entre la solidaridad hacia las personas que arriesgan la vida para llegar a Europa en un cayuco y las quejas por la gestión que las administraciones hacen de la situación.
Los habitantes de este pequeño pueblo de El Hierro, en el que viven apenas 677 personas según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), han visto cómo en las primeras nueve jornadas de octubre arribaron a sus costas 2.367 migrantes, de los que 474 eran menores, convirtiendo su pequeño muelle pesquero en un hospital improvisado para atenderles.
La Restinga es un tranquilo lugar al sur de la isla en el que la pesca, el turismo y el buceo se unen en sintonía para darle vida y recursos económicos, pero se ha visto "desbordada", según sus paisanos, por la llegada de subsaharianos en las últimas semanas, con la reactivación de la ruta de los cayucos a partir de agosto.
Así lo asegura a EFE Humberto Mora, camarero de un local de restauración del barrio, quien ha observado cómo los servicios de atención se han visto "saturados" ante tanta llegada, pero que lo "han sabido gestionar bien dentro de lo que había".
"La gente dentro de lo que cabe está siendo solidaria, yo he visto cómo mis niñas iban en busca de ropa cuando la han pedido de Cruz Roja al llegar un cayuco al muelle que la necesitaba", relata en un descanso de su trabajo en el restaurante.
Una solidaridad que también ha percibido José Miguel Luis González, residente en La Restinga desde hace un año, para quien sus vecinos "se olvidan de sus propias necesidades para ayudar con todo lo que tienen, que es poco, y no ha habido ningún mal comentario ni reproche a los migrantes".
El hombre va más allá y dice que La Restinga "se ha volcado" en atender y cuidar de quienes llegaron en busca de una vida mejor, "como hicieron familiares de mis padres y abuelos, que se fueron a Cuba o Venezuela".
Este septuagenario, con tantas vivencias a sus espaldas, remarca que lo que ha visto estas semanas "ha sido terrible", ya que ha visto en la cara de los migrantes "las necesidades que están pasando y la pena" con que se embarcan hacia un "futuro mejor" que el que puede ofrecerle su tierra natal.
Esa pena también la ha percibido Jesús Machín Gutiérrez, uno de los pescadores que cada día faenan desde el muelle de La Restinga: "Vemos lo que vemos, pero detrás debe haber algo gordo".
"La inmigración siempre ha sido un drama, pero lo que vemos estos días...", comenta nada más bajarse de su barco tras otra jornada de trabajo en altamar.
Para un pescadero de la cooperativa de La Restinga, que no ha querido dar su nombre, lo que viven estas personas le suena porque también fue un migrante y, por ello, siente como si fuera en primera persona lo que pasan para llegar a las costas canarias.
La gestión, el problema
"Yo también he sido migrante y, por eso, no tengo nada contra ellos y contra su lucha de llegar hasta aquí, pero creo que la gestión ha sido el problema", denuncia este joven pescadero.
Se queja, por ejemplo, de que una vez se atiende a los migrantes, los cayucos son amarrados en el muelle, donde permanecen "durante días" hasta que los operarios comienzan a desguazarlos o retirarlos, como se afanaban por hacer esta semana.
Además, indica, los restos de combustible y residuos del interior de estas embarcaciones acaban en el mar cuando desembarcan los migrantes, lo que ha provocado la contaminación de las aguas del muelle: "Antes, se veía el fondo marino de lo cristalina que estaba el agua, ahora, es imposible".
Es una visión que comparte Machín Gutiérrez, para quien las amenazas de esta situación en La Restinga son los malos olores por los residuos de los barcos y la posible afección al ecosistema marino del muelle.
También le preocupa que los cayucos comiencen a amontonarse en el recinto y se pueda vivir algo parecido a lo que ocurre en Arguineguín, al sur de Gran Canaria, donde los pescadores han mostrado sus críticas al hacinamiento en los pantalanes por la presencia de numerosas de estas embarcaciones que han quedado abandonadas por las administraciones.
Cierre del consultorio local
Otra queja de la que se habla en los bares, cafeterías y plazas del pueblo de El Pinar, la capital del municipio menos populoso de la isla, tiene que ver con el cierre del pequeño consultorio local, que da servicio sanitario a unas 1.800 personas -según el censo de 2018-, cada vez que su equipo médico tiene que acudir en auxilio de los llegados a La Restinga.
"Mi madre ha perdido dos citas ya, porque el médico y la enfermera del consultorio han tenido que irse a atender a los migrantes, y ese día cierran todo y mandan a casa a quienes tenían cita", explica Humberto Mora.
José Miguel Luis González reconoce que este problema "preocupa" a muchos vecinos y entiende que se puede ofrecer la mejor atención posible a los migrantes sin comprometer la salud de los habitantes del pueblo.
"Hay gente que se queja de ello, pero el trabajo que se ha hecho para atender a los migrantes ha sido exquisito, tenemos grandes profesionales y, sobre todo, grandes personas", defiende.
La vida en La Restinga continúa pese a la llegada de migrantes a su muelle con la mayor normalidad posible, si bien en estos días, muchos curiosos y periodistas han quebrado esa tranquilidad que tienen sus calles, como ya ocurriera en la crisis de los cayucos en 2006 y, cinco años después, en 2011 con la erupción submarina del volcán de Tagoro.
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