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Ser campista, una filosofía de vida

El camping de Papagayo se ha convertido en el refrescante destino de peregrinación de centenares de familias que prefieren pasar unas vacaciones distintas

María José Rubio 0 COMENTARIOS 21/08/2022 - 08:31

En uno de los veranos más cálidos que se recuerdan desde hace décadas, con dos olas de calor en apenas un mes, el camping de Papagayo, a tan solo unos metros de la playa, se ha convertido en el refrescante destino de peregrinación de centenares de familias que prefieren pasar unas vacaciones distintas. Muchos de los veraneantes son campistas por tradición, evitan los hoteles y apartamentos, y cambian sus casas por la autocaravanas o las tiendas de campaña como si fuese una religión. O, más bien, como una filosofía de vida.

Los repetidores

Yurena y su marido Alejandro son asiduos al camping de Papagayo. Ella viene desde que era pequeña. Es miércoles, el reloj marca las cuatro de la tarde y es difícil escapar del calor. La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) ha registrado en el Aeropuerto César ManriqueLanzarote una temperatura de 43 grados. Poca broma. La pareja acaba de darse un chapuzón en la playa que está a unos metros de su caravana. Eso es lo que más les gusta, dicen: tener el mar al lado.

La pareja se queda en Papagayo tres meses, hasta que finalice septiembre. “Como si fuera una casa de verano”, describen. Van y vienen, por razones de trabajo, y de vez en cuando tienen que hacer paradas en su casa real. Eso sí, su hija disfruta en el camping quedándose con su familia materna, que es campista desde siempre. Yurena lleva en la sangre este estilo de vida y Papagayo es una tradición. “Este camping es diferente a los demás, porque tienes la playa cerca y casi todo el mundo es repetidor”, comenta.

Al igual que otros usuarios de la zona insiste en que son “como una familia”. “Hay quienes vienen de Gran Canaria o de Tenerife, y todos coinciden en que no hay ninguna zona de acampada con estas instalaciones”, destaca Yurena, que pone el ejemplo de que “todos los años viene un grupo de franceses que se queda en casetas”.

En el camping, junto a la conocida como Caleta del Congrio, hay ciertas comodidades pero también da la sensación de que el tiempo se detiene. Los pequeños juegan a las casitas, al escondite o al teje. Aquí es más fácil que se olviden de los dispositivos móviles, “mientras corren por la arena todo el día”, señala Alejandro.

Yurena y Alejando pagan nueve euros al día por su parcela para caravana, con conexión de electricidad y agua. Si no fueran residentes en la Isla pagarían dos euros más. Las parcelas para casetas cotizan a seis euros diarios para residentes y ocho para los que no lo son.

Para la pareja, “se está desaprovechando este sitio”. El camping, dicen, “se está deteriorando, no lo están cuidando nada. Cuando llegamos en julio había grifos con cinta americana remendada”, señala Alejandro. También recuerdan que, hace unos años, la asociación de campistas organizaba fiestas y se colocaba un ventorrillo dentro del camping “para darle vida”. Había colchonetas, actividades infantiles, cine de verano y concursos de pesca. Hay tranquilidad, pero esa oferta de ocio se echa en falta.

Inga, un referente

Cuando se les pregunta a varios usuarios habituales quién puede explicar la importancia del camping de Papagayo, los dedos señalan a Inga. Esta alemana llegó hace 50 años a Lanzarote y es la presidenta de la Asociación Cultural de Casetas y Caravanistas Playa de Papagayo, fundada en 1995. Es un referente en la batalla por el camping. Recuerda que cuando se habilitó, en los años 90, fue “una lucha tremenda”.

Antes los campistas se reunían en Playa Mujeres: “Allí había filas y filas de casetas, caravanas y autocaravanas”, rememora. En su caso, lleva 35 años acampando en Papagayo. No tiene ni remolque ni autocaravana, sino una caseta de 30 metros cuadrados equipada con todo tipo de detalles. Para Inga, este estilo de veraneo es una cultura de vida.

De pequeña, una amiga le contaba que recorría con su familia, en un escarabajo, países como Italia y Francia, haciendo paradas para acampar. Se quedó fascinada y, desde que fue mayor, copió esa forma de vida. Inga tiene una nevera portátil y sale cada semana del camping a hacer la compra. Tras la pandemia se quedó en Papagayo y ensalza sus virtudes, especialmente “lo maravillosamente bien que se duerme y se está en un sitio como este”.

Siempre ha preferido las casetas, que identifica con la verdadera acampada. Se levanta temprano, hace sus ejercicios, nada, recoge la caseta, y disfruta. A su lugar de retiro veraniego ha atraído a amigos alemanes, que se han quedado eclipsados. “Tal vez, si se le diese más promoción, vendría más gente”, dice.

Inga se molesta con las críticas que reciben los campistas: “A los que ocupan hoteles y apartamentos nadie les dice nada”. Y resalta la importancia de que la única zona habilitada para acampar en Lanzarote funcione bien todo el año, que sea autosuficiente con energías renovables y que tenga papeleras de reciclaje, una de las carencias que detecta.

Amigas campistas

Mari Carmen Hernández y Ana Betancort caminan con paso firme e interrogan a quien lleva un rato preguntando a los veraneantes. Está claro que también quieren dar su opinión, tanto de lo positivo como de lo negativo de este lugar enclavado en el Monumento Natural de Los Ajaches.

Mari Carmen: “Estrené la caseta con mis hijos y ahora venimos en caravana”

Mari Carmen recuerda que fue de las primeras en acampar aquí. Ya lo hacía junto a su marido y sus hijos en casetas. “Estrené la caseta con mis hijos chicos y ahora venimos todos aquí con una caravana”, relata. Ella y su marido fueron de los primeros en pernoctar como campistas en este enclave del sur de Lanzarote, una de las postales turísticas de la Isla.

También dice que recuerda, como si fuera ayer, cuando los operarios estaban acondicionando el camping y delimitando las parcelas. Se define como “campista de toda la vida”. Hace 30 años que adquirió su caravana, que ahora disfruta relajada. En otros tiempos tenía que acudir a trabajar a Arrecife y su marido la llevaba a coger la guagua para desplazarse a la capital, y lo mismo a la vuelta. Ahora disfruta del camping con sus siete hijos y sus nietos. Aun así, critica que de la maqueta que se presentó en su día, “se hizo lo contrario”. Teme que se pueda perder este refugio para los amantes de la vida al aire libre y en contacto con la naturaleza.

Lo mismo le pasa a Ana Betancort. Dice que se le quitan “todas las enfermedades” cuando llega a Papagayo y que disfruta como en ningún otro lugar. Sin embargo, lo que no le gustó fue que este año, por ejemplo, tuvo que pagar toda su estancia por adelantado. “Estoy segura de que mucha gente no viene porque es un gasto que no todo el mundo puede asumir. Son casi 900 euros por adelantado por quedarte tres meses”, comenta.

Sobre el origen de sus vecinos de camping, las dos mujeres dicen que “vienen muchos canariones y chicharreros”, lo que confirma que Papagayo es también una referencia fuera de Lanzarote. En la charla, una resalta que Miguel, otro de los veteranos del camping, puso por cuenta propia un pasamanos en el baño de personas con movilidad reducida. Una muestra del interés de los campistas por el espacio que disfrutan, pero también una señal de la falta de mantenimiento.

Seis hijos y el loro

Antonio Sánchez tiene 46 años y desde hace 10 años veranea aquí. Tiene una caravana con la que disfruta de los meses estivales con sus seis hijos, su mujer y el loro. Además, otros familiares pasan el verano también en Papagayo. Acaba de regresar de Arrecife, que estos meses se convierte en un horno que cocina inmisericorde a quienes no pueden huir a otros puntos más frescos.

Antonio: “A mi niño de tres años le dices que nos volvemos para casa y le da algo”

Antonio ha hecho la compra para tener las provisiones necesarias para la familia durante una semana. Si no hay una razón de peso, del camping no se sale. “A mi niño de tres años, Iriome, le dices que nos volvemos para casa y le da algo”, comenta con gracia.

Tiene una caravana por todo lo alto: la caravana en sí, el avance y el sobreavance. El vehículo derrocha comodidades. Todos duermen en la caravana, en camas grandes. Tiene tres literas de dos metros, una cocina equipada, nevera, lavadora y una terraza donde la familia pasa la mayor parte del tiempo. Una alfombra con forma de azulejos evita que los pies vayan transportando la arena hacia el interior. Son familia numerosa, pero si hay una visita “inesperada” también tienen disponible una cama plegable.

Con simpatía, Antonio recuerda cómo antes venía a Papagayo el panadero, el pastelero o el del hielo. “Poco a poco se ha ido perdiendo todo”, dice, y para lo más básico hay que salir del camping. En su parcela se respira alegría. Las tareas de la familia están definidas. Los niños van a pescar y, si se da bien, reparten las capturas con los vecinos. Antonio se encarga de la cocina mientras su mujer va a trabajar a un hotel de Playa Blanca todos los días. Opina que cada año, a los campistas, les ponen “un impedimento más” para que la gente no venga. Menciona la poca, mala o nula señal telefónica que hay, dependiendo del momento. “Tengo que subir a la montaña para recibir los WhatsApp, porque no hay cobertura”, relata. Aunque eso, a veces, es de agradecer.

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