Nueve menores saharauis comparten experiencias durante las vacaciones solidarias que disfrutan en la Isla en familias de acogida
Un miembro más en la familia
Nueve menores saharauis comparten experiencias durante las vacaciones solidarias que disfrutan en la Isla en familias de acogida
Este año se han desplazado a Fuerteventura un grupo de niños saharauis similar al del pasado verano, dentro del programa Vacaciones en paz. Nueve menores, de los diez de la temporada anterior, han viajado hasta la Isla. Comenta Inés, coordinadora del proyecto, que han contado con la participación de las mismas familias, ante la imposibilidad de hacer una mayor difusión, dadas las dificultades de fletar un nuevo avión con más niños. Al respecto, señala que “sería de gran ayuda hacer una campaña en todas las Islas para que saliera rentable llenar un nuevo avión” y poder traer más jóvenes procedentes de los campos de refugiados de Tinduf. En total, 144 menores han viajado a Canarias, mientras que otros centenares han sido acogidos por las distintas regiones de España, como algunos de los hermanos de los niños que visitan este verano Fuerteventura.
Este es el segundo año que Sonia y su marido acogen a Sidahmed, de 12 años. La pareja conoció el programa a través de las colonias de verano, donde suelen acudir los menores de la mano de las coordinadoras del programa, María e Inés, con quienes entabló amistad a raíz de su trabajo en estos campamentos. “Nunca nos habíamos planteado la posibilidad de acoger. Sin embargo, la primera madre de acogida de Sidahmed se marchaba al extranjero y surgió la oportunidad de hacernos cargo del joven saharaui durante sus Vacaciones en paz”, comenta Sonia. Ahora es un miembro más de la familia y comparte experiencias con su hija de cinco años, a la que recuerda que debe aprovechar la oportunidad de contar con un hermano mayor durante estos dos meses de verano.
Sidahmed Musa.
La mayor barrera ante la que se topan padres y niños no es tanto el idioma como las costumbres o los hábitos de higiene, entre otras. Algunos niños que en los campos de refugiados carecen de las comodidades básicas de un hogar majorero no acaban de acostumbrarse al baño diario o a dormir en una cama, de la que “suelen caerse los primeros días”, comenta Sonia, quien asegura que estas visitan suponen una “lección de humildad” porque descubren, de la mano de estos pequeños, que “con poco se puede ser feliz”. “Es todo una experiencia”, añade Sonia quien disfruta tanto de la presencia de Sidahmed durante estos dos meses, como él de la gastronomía majorera. “Come de todo y sorprende cómo le gustan los platos de cuchareo o un simple pastel de verduras. No dice a nada que no, excepto al cerdo”, puntualiza una orgullosa madre de acogida.
Sonia relata, sin embargo, que la experiencia con los médicos no suele ser tan agradable. Los jóvenes aprovechan su estancia en la Isla para realizarse chequeos médicos que no siempre son del agrado de los niños. “El dentista lo llevan fatal”, comenta Sonia.
Los jóvenes aprovechan su estancia en la Isla para realizarse chequeos médicos que no siempre son del agrado de los niños. “El dentista lo llevan fatal”
También para Siria y su pareja este es el segundo año que acogen a Kalima, de 11 años, en su casa de Puerto del Rosario. Al principio, apenas les hablaba por los problemas de comunicación, al no entender bien el idioma, problema que se ha ido subsanando. El matrimonio conoció el programa, gracias a un anuncio en las redes sociales. “Nunca habíamos pensado en acoger, aunque después de ver el mensaje nos preguntamos y ‘¿por qué no?’”. La pareja, sin hijos propios, asegura, a día de hoy, que “no hay palabras” para describir esta experiencia que podrían resumir como “maravillosa”. La joven Kalima está en contacto con su familia en Tinduf a través de mensajes de whatsapp y en el vecindario de Puerto del Rosario están encantados de tenerla entre ellos. “Están siempre deseando que venga”, comenta Siria.
A Kalima le encanta la tele, no en vano en Tinduf tan solo suelen escuchar la radio. El primer año se le iban los ojos a todo lo que veía en las tiendas, comenta Siria. “Todo lo pedía. Tienes que ir enseñándole. Dándole a escoger. Realmente no son avariciosos y hoy día me pregunta si puede tener esto o lo otro. Nos enseñan a valorarlo todo. Ellos nos enseñan más que nosotros a ellos”, añade emocionada. Asegura que mientras la niña saharaui pueda viajar en el programa la traerá consigo. Habla de la cara de felicidad con la que la deja marchar cada septiembre, con una maleta cargada de experiencia y regalos.
Huria, la segunda por la derecha, con su familia de acogida.
Como una hija
Para Alicia, Huria, la niña saharaui a la que acoge por segundo año consecutivo, “es una hija más”. Durante su estancia en Corralejo, comparte experiencias junto a los hijos de su familia de acogida, una joven de 13 años de edad y un hermano mayor de 20, así como con el resto de familiares que están volcados con la pequeña. “Al principio fue difícil y tuvimos problemas con el idioma”, comenta Alicia, al recordar cuando llegó por primer vez, pero hoy día se han superado todas las dificultades iniciales y ambas adolescentes, su hija y Huria, están compenetradas. Fueron su propios hijos quienes les animaron a traer durante el verano a la pequeña sahararui. “Decían que les hacía falta un hermano más”, comenta Alicia con una sonrisa. Ella conoció el proyecto a través de una joven voluntaria del municipio, que había visitado los campamentos de refugiados y le transmitió la situación de precariedad que se vive en la zona, por lo que quiso poner su granito de arena para hacer más llevadera una vida carente de comodidades. Alicia está tan volcada en esta iniciativa y tan concienciada con la difícil situación que atraviesa el pueblo saharaui que tiene intención de visitar los campamentos este invierno y, de paso, mantener el contacto con su hija de acogida, a la que considera un miembro más de la familia.
El caso de Huria hace más necesaria la intervención de esta familia majorera. De padres separados, la niña saharaui se ha criado, principalmente, con sus abuelos y sus tías. Alicia asegura que es “muy especial”, además de demostrar sus ganas de aprender y continuar sus estudios. Hasta el punto de que están barajando la posibilidad de participar en el proyecto Madrasa, mediante el cual el acogimiento se extiende durante todo un curso escolar para facilitar la formación educativa de la joven, contando para ello con el permiso de las autoridades saharauis.
Dina con Ahay, Joaquín y su marido.
Proyecto Madrasa
Dina lleva tres años acogiendo a Ahay, el máximo permitido en el programa de acogida veraniego. Es otra de las madres que se plantean participar en el proyecto Madrasa, por el que niños saharauis, que acaban su ciclo en Vacaciones en paz, pueden venir a estudiar a España, siendo acogidos por las familias en las que han pasado los últimos veranos. En el programa, los niños conviven con las familias de acogida durante el curso escolar y vuelven a los campamentos de refugiados en el verano, donde pasan los dos meses de vacaciones en compañía de sus familias saharauis, para volver en septiembre de nuevo a la Isla a continuar con sus estudios. Alicia asegura que cumplen todos los requisitos para participar en el mismo y que existe predisposición, tanto por ambas familias (saharaui y majorera) como por la propia niña. De entrar en el programa, Huria pasaría todo el curso escolar en Fuerteventura, mientras que los meses de verano viajaría a Tinduf para estar con su familia biológica.
Por su parte, Dina comenta que, a pesar de la disposición, tanto de ellos como de Ahay, el niño saharui de 12 años que acogen por tercer verano, tienen aún que hablar con los padres del pequeño para concretar si participarán en el proyecto Madrasa. Como madre, entiende que no es fácil separarse durante tanto tiempo de un hijo. Por su parte, Ahay tiene que ser consciente de lo que supone estar todo ese periodo alejado de sus familiares, y de las obligaciones que conlleva un año de estudio y actividades extraescolares, en el que además están obligados a continuar con sus clases de árabe.
Mientras tanto, quieren disfrutar de un verano junto al joven saharaui y que él disfrute de las vacaciones, lejos del calor abrasador de los campos de refugiados, donde tienen que soportar temperaturas que puedan alcanzar los 50 grados. Ahay, del que dicen es “encantador”, cuenta para ello con la compañía de Joaquín, el hijo de Dina, un año menor que él. Comenta que el programa Vacaciones en paz ha sido una “experiencia enriquecedora”. Dice también que ha aprendido a ser más flexible, al ser capaz de ponerse en la piel del otro, tras abrir las puertas de su casa a un integrante de otra cultura. Ella siempre ha trabajado con niños, por lo que no le resultó difícil hacer frente a esos primeros momentos, en los que los pequeños llegan a Fuerteventura, lejos de sus familias y a un hogar desconocido. “Ahora está totalmente integrado. Aprenden a hablar español muy rápido”, comenta Dina, quien ha querido respetar las costumbres culturales de Ahay, como comer con las manos, y que no entiende la hipocresía de otras personas que no lo ven bien, “cuando hacen lo mismo en el burger”, señala.
Sin embargo, tuvo que hacer frente a una importante diferencia cultural, por cuestión de género, para demostrarle que la mujer tiene el mismo valor que el hombre. “El primer año me tanteó para comprobar hasta dónde era capaz de llegar por ser mujer. Tienen un concepto, que no tenemos aquí, de que no tenemos el mismo valor. Nada que no se solucione explicándolo y así pueda entender que, en casa, tanto mi pareja como yo tenemos voz y voto”.
Cada verano ansían que Ahay regrese. Este lo viven con sabor agridulce, al ser el último en el que joven podrá participar en Vacaciones en paz. Asegura que, si su familia quiere, no habrá ningún inconveniente en que regrese junto a ellos para continuar su formación académica en Fuerteventura.
Comentarios
1 FTV, tierra de ... Vie, 16/08/2019 - 09:44
2 Luis Vie, 16/08/2019 - 16:03
3 Bambam Sáb, 17/08/2019 - 16:51
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