La juventud lanzaroteña encabeza el ranking de paro en las Islas con el 66%, según datos de la EPA, y se ve abocada a encadenar trabajos temporales o en condiciones precarias
Una isla condenada al mileurismo
La juventud lanzaroteña encabeza el ranking de paro en las Islas con el 66%, según datos de la EPA, y se ve abocada a encadenar trabajos temporales o en condiciones precarias
Los menores de 25 años en la Isla superan en 10 puntos porcentuales el paro regional de su segmento y deben sobrevivir encadenando contratos, a veces en condiciones laborales precarias. El paro juvenil en Lanzarote se ceba especialmente con las mujeres: casi 72 de cada 100 no encuentran un empleo. La precariedad (bajos salarios, temporalidad, medias jornadas...) afecta a todas las franjas de edad, que se enfrentan al aumento del coste de la vida y de la vivienda.
Los jóvenes lanzaroteños menores de 25 años son los que mayor paro registran de todo el Archipiélago, según los datos de la Encuesta de Estructura Salarial 2020 del Instituto Nacional de Estadística, publicada a finales del pasado mes. Por otra parte, en lo que se refiere a la población en general, aunque el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) se elevó a 1.000 euros en el territorio nacional a principios de año, el sueldo medio de los canarios es el segundo más bajo de España.
El mileurismo se ha instalado en la Isla, afectando especialmente a los jóvenes, sea cual sea su profesión y cualificación. Cobrar 1.000 euros al mes es hoy un lujo, aunque los economistas adviertan de que esta cantidad, a causa de la actual inflación, venga a equivaler a los 750 euros de 2005, fecha en la que se acuñó el término ‘mileurista’, en un artículo de Carolina Alguacil en El País. Con esta cantidad hay que hacer frente al alquiler, la compra de alimentos o el carburante, conceptos cuyo precio ha subido de manera desorbitada en los últimos meses.
Diario de Lanzarote ha querido reflejar la experiencia de personas de diferentes franjas de edad y con variadas profesiones que desempeñan trabajos particulares, muchas veces en condiciones precarias.
Isabel García, de 32 años, estudió Administración y Dirección de Empresas (ADE) en una universidad pública de Madrid. Su primer trabajo fue en una multinacional, en 2012, nada más acabar los estudios, como administrativa, con un contrato en prácticas. “Las condiciones eran bastante precarias y el sueldo, de 650 euros, el SMI de ese entonces”, relata la joven. Dice que aguantó “poco” porque con ese dinero y en Madrid, necesitaba la ayuda de sus padres para sobrevivir. Así que decidió volver a casa y mejorar su formación con un máster a distancia relacionado con su área, que le costó 3.000 euros, aun “becada”.
Volvió al mercado laboral a través de una consultoría: “Empecé cobrando 1.400 euros al mes, algo muy bien pagado, la verdad”. Estuvo durante cuatro años y “las condiciones económicas fueron aumentando, incluso con bonus económicos”, destaca Isabel. Más tarde, se fue a la competencia y estuvo otros cuatro años, “con cierta responsabilidad y horas de más”, explica. El problema fue “subir de categoría y trabajar horas de más sin darte cuenta”. Ocho años después se vio haciendo tareas superiores a su categoría y trabajando fines de semana sin cobrar: “No tenía vida. Solo trabajaba y no conseguía desconectar. Me llamaban hasta en vacaciones y me sentía culpable si no trabajaba”, dice.
La ansiedad empezó a aparecer y dejó el trabajo. Decidió irse renunciando al paro y a la indemnización y con 31 años se volvió a casa de sus padres porque no podía pagar un alquiler. “Hablamos de 700 euros de alquiler, más coche, agua, luz, comida, Internet... Te da para vivir, pero no para permitirte unos años sabáticos”, señala. García acaba de terminar un máster que cuesta casi 7.000 euros y que compagina con un trabajo en una pequeña asesoría con un “horario muy bueno”, dice, porque “no haces un minuto de más”.
De momento, Isabel no tiene pensado abandonar la casa de sus padres. “No puedo dividir los gastos, no tengo pareja y no puedo pagar el alquiler sola. Es un poco triste que mis padres se hayan gastado un dinero en mí, en cursos de formación, una carrera, y no consiga un trabajo en condiciones, que al menos me permita pagar el alquiler”, se lamenta. Aunque se ha planteado ser madre en solitario, reconoce que no sabe cuándo tendrá estabilidad para poder tener un hijo.
Dos trabajos
María Acosta tiene 33 años y dos trabajos a tiempo parcial que le permiten “sobrevivir y tener unos ingresos mínimos”, añade. “Estudié Periodismo, Publicidad y Relaciones Públicas. Elegí una universidad privada porque era la única que tenía esa titulación simultánea. Hablo inglés y alemán. Tras la universidad, trabajé en Alemania y tengo dos másteres”, describe. “Empecé mi experiencia laboral a jornada parcial en una revista cobrando menos de 500 euros. Luego pasé a otro puesto en jornada completa en el departamento de marketing y comunicación de una empresa. El ambiente era muy bueno, pero no las condiciones laborales: cobraba 1.000 euros y debía hacer turnos rotatorios, incluso fines de semana, porque gestionaba redes sociales”.
María Acosta tiene 33 años y trabaja a tiempo parcial en dos empleos
Más tarde, le ofrecieron un puesto en el sector automovilístico durante dos años. “Siempre salía una o dos horas más tarde, pero al menos las condiciones mejoraron un poco, trabajaba de lunes a viernes”, explica. Llegó la pandemia y se vio afectada por un ERTE generalizado. “A día de hoy, me sigo formando. Decidí abrirme nuevos horizontes, estudié y me pagué otro máster, un nuevo gasto para conseguir la estabilidad”, reflexiona.
Para ella la experiencia en la empresa privada no es muy buena: “Con 33 años, me voy a casar, a veces debo pedir ayuda a mis padres, no he conseguido ahorrar mucho, vivo de alquiler, tengo perspectivas de comprarme una vivienda cuando me case, pero con mucha incertidumbre sobre mi situación laboral”. “No sé cómo voy a abordar esta situación. Me preocupa cuál será mi futuro y en qué ámbito me voy a mover. Me gustaría formar una familia, pero la cosa está complicada”, comparte María.
A sus 18 años, María Berti acaba de terminar bachillerato. “Voy a clases de teatro y el profesor me contrató para un montaje en el que me pagaron 200 euros, que está muy bien para hora y media, sobre todo porque no esperaba que me pagasen”, relata. También se embolsó 50 euros como asistente en la presentación de un libro. María cree que el panorama de las artes escénicas “está regulín en Lanzarote. Lo mejor es que hay compañías de teatro que nos regalan obras preciosas”.
Isabel: “Es triste no tener ni para el alquiler con lo que he gastado en formarme”
En el caso de María Luzardo, el ámbito profesional es el de la sanidad. Con 49 años es auxiliar de enfermería y trabaja en un hospital público, pero ha trabajado en algunos sitios. “Hablo del sector de las residencias o la ayuda a domicilio, donde he estado muchas horas, usando mi propio coche y cobrando 1.000 euros, eso sí, siempre con contrato”, subraya. Las condiciones en su ámbito profesional, la enfermería, dependen de si se trata del sector público o privado, el primero “más estable, claro. Te permite cierta flexibilidad aunque encadenas contrato tras contrato”.
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