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Viaje al pasado romano de Lobos

La primera tesis doctoral sobre el yacimiento detalla la pesca de los moluscos, la extracción del líquido que se convertía en tinte y la importancia económica del taller

Eloy Vera 0 COMENTARIOS 29/08/2022 - 08:50

El taller romano de púrpura del islote de Lobos debió emplear entre 10 y 20 operarios que, en periodos no muy superiores a los cinco meses, trabajaban de sol a sol y bajo fuertes rachas de viento fracturando la concha de un caracol llamado Stramonita haemastoma, un molusco cuyo líquido servía, una vez procesado, como tinte de tejidos. Al menos, así fue desde el siglo I antes de Cristo hasta el siglo I de nuestra era, un periodo en el que Lobos debió formar parte del circuito de talleres de extracción de púrpura bajo dominio del imperio romano.

En 2012, unos turistas descubrieron bajo su toalla dos fragmentos de cerámica que, a simple vista, se asemejaban a las miles de vasijas que se exponen en las vitrinas de la sección romana de los museos. Tras varias campañas de excavación, con el apoyo de instituciones de Fuerteventura y Tenerife, análisis del material y horas de estudio ya pocas dudas arroja Lobos sobre la hipótesis de que pudiera ser un yacimiento romano de extracción de púrpura.

El arqueólogo Ramón Cebrián ha participado en varias de las campañas de excavación y puede presumir de ser el primer investigador en contar con una tesis doctoral sobre el yacimiento romano de Lobos. Este especialista aclara que “la filiación del yacimiento a la época romana se da en relación con los restos cerámicos”.

Durante los trabajos de campo en el islote han ido apareciendo restos de un ajuar cerámico con ánforas y vajillas de cocina y mesa “relacionadas con la época tardorrepublicana y alto imperial procedentes de talleres del Bajo Guadalquivir, aunque también hay restos de cerámica itálica y otras por dilucidar”, precisa.

Tras años de estudio, Cebrián ha logrado reconstruir la cadena operativa de los trabajadores de la púrpura en el taller de Lobos, los conocidos como murileguli; así como calcular la productividad y efectividad de este espacio industrial.

Hasta ahora, se conocía de manera esquiva el procedimiento de extracción de la púrpura, a través de las fuentes clásicas de la época: Plinio, Aristóteles y Vitruvio, entre otros. “En sus escritos, hablaban de oídas y de forma enciclopédica sobre el procedimiento, pero había partes que quedaban ocultas, vagas. El objetivo de esta tesis era entender cómo era en exactitud la cadena de trabajo de los operarios”, explica. Para ello, hizo una deconstrucción completa extrayendo datos de los concheros y se hicieron tres procedimientos de arqueología experimental. Se recreó la cadena operativa para entender cómo había sido ese trabajo. A partir de ahí, continúa explicando, “hemos categorizado las herramientas y conocido la forma de fracturación y extracción de los murícidos”, los moluscos de los que se extrae la púrpura.

Durante los trabajos de excavación, han ido apareciendo en el yacimiento llamado Lobos 1, una de las cuatro zonas excavadas hasta ahora, hasta seis concheros además de restos de construcciones de planta cuadrangular, unas estructuras que debieron servir de lugar de almacenamiento o de espacio donde desarrollar alguna de las tareas de la cadena de trabajo.

En Lobos se cumplen los tres requisitos que la historiografía especializada utiliza para identificar un taller de púrpura: la presencia mayoritaria de murícidos en el conchero; que estos tengan un patrón de fractura generalizado, a través del cual extraen la púrpura localizada en la glándula hipobranquial: y la presencia de estructuras de combustión.

El investigador explica cómo “el 98 por ciento de los moluscos encontrados en los concheros de Lobos son murícidos; también hemos visto cómo se repite el modelo de fractura de las conchas y hemos encontrado restos de fogatas, necesarias para la cocción de la tintura del tinte, un proceso que se tenía que hacer con un fuego tenue durante casi una semana”.

Como si de un viaje al pasado de Lobos de la época romana se tratara, el investigador explica cómo funcionaba este taller, cuya aparición bajo montículos de arena, hace ahora 10 años, ha revolucionado la historia de la arqueología canaria.

Entre 10 y 20 operarios se desplazaban hasta Lobos entre los meses de noviembre y abril, coincidiendo con el principio de otoño y hasta el final de primavera, para trabajar en el taller. La pesca de murícidos coincide con el periodo de descanso de la pesca de atún por lo que este especialista en arqueología pone sobre la mesa la hipótesis, aún sin confirmar, de que los trabajadores pudieran engancharse a la pesca de murícidos, una vez finalizada la temporada del atún.

Incluso, puede que permanecieran dos o tres meses trabajando en el taller de Lobos y “luego se desplazaran a otro taller de la costa norteafricana o a otras islas, cuyos restos puede que todavía permanezcan ocultos”. El equipo que excava en Lobos plantea como hipótesis de estudio la posible presencia romana en las costas de Fuerteventura y Lanzarote.

Lo que sí está claro es que los trabajadores realizaban una labor temporera. “No estaban en Lobos todo el año y tampoco es seguro que fueran todos los años”, sostiene. “Sí sabemos que era recurrente su visita al islote para llevar a cabo estos trabajos. Durante la excavación, hemos encontrado varios momentos en el yacimiento. Incluso, hay varios concheros por debajo de las seis estructuras o recintos que han aparecido”.

Pesca con nasas

Otra de las incógnitas que plantea Lobos es el lugar de procedencia de la materia prima que, una vez convertida en tinte, servía para decorar togas o mantos, e, incluso, se llegaba a aplicar para la decoración de espacios arquitectónicos. La respuesta se encontraría en los caladeros de Lobos y en los existentes en las cercanas Fuerteventura y Lanzarote.

Restos de moluscos de los que se extraía la púrpura. Foto: Carmen del Arco.

“Fue un taller ultraproductivo, de una importancia económica incalculable”

Hasta ellos, se desplazaban en navíos de la época con redes de arrastre, unas nasas llamadas apalangradas, que soltaban en el mar y con la ayuda de los barcos iban arrastrando por aquellos lugares donde se sabía de la existencia de caladeros. También debieron utilizar esas artes para pescar en las zonas intermareales. Una vez hechas las capturas, estas se arrastraban hasta las calas, donde se mantenían vivas mientras se iban extrayendo para su labor. “Los animales hay que fracturarlos estando vivos. No vale el animal muerto”, precisa.

Con la materia prima ya en tierra, comenzaba el proceso de extracción. Cebrián recrea el desarrollo. “El animal se ponía sobre yunques y se percutía con un martillo o percutor de madera, metal o lítico. Una vez fracturado, se extraía la glándula hipobranquial y se depositaba en tinas de plomo con agua salada, donde se mezclaba con materias alcalinas como la orina o cenizas. Se maceraba y luego se calentaba con fuego lento durante una semana hasta que la tintura era la correcta”. Los restos del caldero de plomo donde se cocinaba la púrpura se exponen en el Museo Arqueológico de Fuerteventura.

Para llevar a cabo el proceso, se usaban herramientas básicas como un percutor, un yunque y un elemento de corte. Restos de todos ellos han aparecido en el yacimiento de Lobos. También laminillas de hierro, que pueden asociarse a hojas de cuchillo.

Durante los procedimientos experimentales, el investigador se dio cuenta de que “cualquier herramienta no vale para ello”. Según explica, “tienen que ser percutores con un peso entre los 400 gramos y un kilo y que sean adaptables a las manos o ser enmangadas para hacer una fracturación correcta y evitar que se rompa el molusco y se derrame el tinte”.

Cebrián también ha llegado a algunas conclusiones sobre la productividad del taller. Hasta la fecha, la última excavación fue en 2017, se han rescatado 184.507 ejemplares de Muricidae “lo que significa una capacidad de tintado de 26 kilos de lana, algo incalculable en su correspondencia pecuniaria, ya que con esa lana se podrían adornar cientos de togas o mantos o realizar 26 unidades de la llamada toga ‘picta’, prenda íntegramente teñida con este colorante y con un valor inconmensurable”.

Aunque aún queda mucho por excavar y con total seguridad seguirán apareciendo restos de este molusco de debajo de la arena, sí está claro que fue “un taller ultraproductivo y una zona de una importancia económica incalculable”, sostiene el arqueólogo.

Ruta Purpuraria

Los estudios que se han ido realizando en los últimos años sitúan Lobos, con casi total seguridad, en la zona llamada Purpurarias, una región de captación y fabricación de tinte de púrpura getúlica. “Gracias a la cerámica encontrada en el yacimiento, se puede plantear que la base nodriza del taller de Lobos estuvo en Gades, la Cádiz actual, pero también Lobos tendría que ver con grandes ciudades romanas de Marruecos como Lixus”.

Restos de un caldero de plomo para cocinar la ‘stramonita’. Foto: Carlos de Saá.

Se han rescatado moluscos con los que se podía haber tintado 26 kilos de lana

Pero, ¿por qué decidieron instalarse en el islote? Cebrián también tiene la respuesta: “La elección del espacio de Lobos viene condicionada por la presencia de caladeros, la existencia de unas salinas históricas que aún apreciamos, el aislamiento del que gozaba el islote y que daba tranquilidad a la tripulación y la existencia de calas, como la de Playa La Calera, donde se depositarían las nasas llenas de murícidos para mantenerlos vivos e ir extrayéndolos para la labor”.

Otra de las preguntas que surgen es de dónde procedían sus operarios. “Entendemos que la base nodriza era Cádiz, pero eso no significa que todos fueran gaditanos. También podían proceder de otras zonas del imperio”, apunta. “Se trataba de población romana o totalmente romanizada. Con casi total seguridad, no había aborígenes canarios trabajando. El trabajo de la púrpura era regularizado y muy especializado. Se heredaba de padres a hijos”, explica.

Durante el tiempo que permanecían en Lobos, los operarios se alimentaban de las mercancías que traían del lugar de procedencia. En el yacimiento han aparecido restos de ánforas vinarias, que se utilizaban para guardar el vino, y ánforas de salazón. “Si se acababan las provisiones, probablemente, empezaban a comer lo que daba la tierra”, opina Cebrián.

También han aparecido restos de utensilios de pesca y multitud de huesos de cabras. El investigador explica cómo, con total seguridad, “trajeron cabras que dejaron en régimen de suelta, como ocurrió en la isla balear de Cabrera. Cada año, al regresar, se encontraban el pequeño ganado que iban utilizando para su alimentación”. También han aparecido restos de cerdos.

Tras este viaje al pasado romano, el arqueólogo regresa al presente para asegurar que Lobos es un “yacimiento capital que relaciona Canarias con el mundo antiguo mediterráneo y con Roma”. Además, continúa explicando, demuestra que “Canarias era parte del circuito económico y comercial de explotación de bienes del mundo romano. Posiblemente, por un conocimiento previo por parte de la civilización púnica”. Y precisa que “los romanos ocupaban los espacios que los púnicos habían explotado en África”.

“Lobos por sí solo no se explica”, sostiene el arqueólogo y plantea el islote como parte de un circuito de captación de bienes que “debe incluir toda la costa atlántica marroquí y alguna otra zona de Canarias”. Investigaciones ya en curso buscan una posible relación entre Lobos, la costa de Fuerteventura y yacimientos de Lanzarote como el Bebedero o Buenavista, donde han aparecido restos de cerámica de adscripción romana. Futuras excavaciones arrojarán más luz sobre la presencia romana en unas islas que Plinio el Viejo ubicó “más allá de las columnas de Hércules”.

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