Gracias don trabajo
“Es lo que hay”, frase muy popular en Canarias para hacer referencia a una situación de la vida cotidiana, casi que sin alternativas o poco margen de maniobra, que en el fondo marca un punto frustrante o de resignación, pero es lo que hay.
Acababa de finalizar apenas su primer día de trabajo en un supermercado, de los 37 años y medio del periodo de cotización (que seguro seguirá subiendo) que cualquier cristiano sin privilegios debe trabajar para cobrar la totalidad de la jubilación ordinaria, cuando mandó un mensaje de audio al grupo de colegas: “chicos, ni se les ocurra dejar los estudios que esto es una mierda”.
Recordé esa voz desgarradora de un amigo de mi hijo, que por cierto no es que haya abandonado su formación básica, sino que en su último año de bachillerato pudo compaginar el estudio en horario de mañana con el trabajo por la tarde, porque en menos de una semana he escuchado reacciones parecidas de forma directa y experiencias contadas a través de familiares de jóvenes conocidos que aprovechan la finalización del curso académico y la oferta de trabajo extra por estos meses de verano, sobre todo en los sectores de la hostelería y el comercio, para ganarse un dinerito en vacaciones que viene muy bien, y más, si cursan estudios fuera de Lanzarote que significan mayores gastos.
Empezar a sumar semanas de cotización en la vida laboral siendo muy joven es una experiencia que sirve para ayudar a la economía del hogar con independencia del salario, pero sirve además para ganar cancha o coger tablas y valorar el esfuerzo de cada miembro de la familia y del conjunto de la sociedad porque no siempre se tiene el trabajo que se quiere ni las condiciones ideales, de horario, salario, seguridad u otra, y a veces ni siquiera lo mínimo exigible que es el respeto a los derechos laborales adquiridos.
Los jóvenes empiezan con estos primeros pasos a darse cuenta en la práctica que no llueve a gusto de todos: “no me imaginaba que ocho horas de pie fueran tantas”, “veinte minutos de descanso es muy poco”, “este no es el trabajo que quiero, prefiero estudiar”, “¡qué va!, esto no es para mí”, “termino con la espalda reventá limpiando apartamentos turísticos”, y suma y sigue.
Por supuesto que hay de todo en la viña del señor, desde el quejica por decreto, el que directamente no le gusta trabajar ni le gustará en el futuro porque piensa que puede sobrevivir del aire, el que ve en el trabajo una rica forma de acumular experiencia para mejorar su competitividad hasta el que se proclama nini por los siglos de los siglos esperanzado en la pócima de la eterna juventud y anclado a la dependencia.
También hay quienes abandonan el estudio y se arrepienten toda la vida, los que se van renegando de él y regresan a tiempo por el fuerte correctivo que les da el trabajo en precario, pero también es verdad que hay jóvenes que quieren estudiar pero lamentablemente la economía familiar trunca su ilusión de empezar o continuar, aunque también hay gente de otra estirpe que exprime las horas del día para trabajar y pagarse los estudios cumpliendo tanto con las obligaciones laborales como académicas.
El tren de las oportunidades de la vida no suele tener itinerarios frecuentes y el que no pille el vagón puede arrepentirse para siempre. Hace unos años en una animadísima fiesta popular, en el pueblo costero de El Golfo, el cantautor canario Arístides Moreno decía a quienes estábamos en plena gozadera: “una mierda que el trabajo dignifica, lo que dignifica es esto que estamos haciendo ahora, disfrutando”. Él estaba trabajando y disfrutando a la vez, hecho cada vez más complicado para la mayoría de los mortales, pero sin trabajo es difícil disfrutar, y sin estudios, cada vez más difícil encontrar trabajo, y por ende disfrutar. Es lo que hay chavales.
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