La Fundación Main cuenta en Fuerteventura con dos viviendas para jóvenes extranjeros que, tras cumplir los 18 años, tienen que abandonar el centro de menores
Los pisos de la esperanza para jóvenes que llegaron en patera
La Fundación Main cuenta en Fuerteventura con dos viviendas para jóvenes extranjeros que, tras cumplir los 18 años, tienen que abandonar el centro de menores
La mayoría de los jóvenes sueña con cumplir los 18 años para poder sacarse el carnet de conducir, ir a la universidad y entrar a discotecas y pubs. A Aziz, en cambio, le daba temor que llegara el día en el que tenía que soplar las 18 velas. Le preocupaba no saber dónde dormiría al día siguiente, qué comería ni cómo podría cumplir los objetivos que un día se trazó en Marruecos. Su preocupación la compartía con los miles de jóvenes inmigrantes que cada año tienen que abandonar los centros de acogida de menores al cumplir la mayoría de edad y dejan de ser tutelados por las administraciones. En Fuerteventura, la Fundación Canaria Main ha creado un refugio donde darles un techo, comida y una mano que les acompañe en el tránsito a la vida adulta.
La Fundación Canaria Main abrió en 2019 un hogar en Fuerteventura para acoger a los jóvenes inmigrantes que se quedaban en la calle al cumplir la mayoría de edad. Lo bautizaron con el nombre de María Auxiliadora I. A finales de diciembre de 2021, abrieron otro recurso, al que pusieron el nombre de María Auxiliadora II. Financiados por el Cabildo majorero, el Gobierno canario y la propia Fundación, son hogares de emancipación juvenil y transición a la vida adulta para jóvenes de 18 a 25 años sin recursos familiares o económicos. La Fundación también ha abierto estos recursos en Gran Canaria.
Carlos Lorente es el educador de los pisos de Fuerteventura y mano derecha de los 13 jóvenes que, en estos momentos, viven repartidos entre las dos viviendas. Explica cómo todos estos chicos, una vez cumplen la mayoría de edad, son expulsados del sistema a la calle “con una mano delante y otra detrás”.
Llegan a España con 15, 16 o 17 años, aunque cada vez son más pequeños los que se atreven a hacer la travesía solos. De la patera pasan a un centro de acogida donde “se hace un trabajo con ellos, una inversión y un esfuerzo, tanto a nivel profesional como social y administrativo, para que luego, cuando cumplan los 18, se vayan a la calle. Es una ilógica que no tiene comprensión”, insiste el educador, que reprocha que “les expulsamos del sistema físicamente y los empujamos a un limbo que no tiene cabida”.
Carlos es conocedor de los distintos palos de la migración. Ha trabajado con variados perfiles y nacionalidades. Durante años, lo ha hecho en Ceuta, uno de los epicentros de llegada de menores extranjeros no acompañados a España. El último episodio migratorio de la ciudad se vivió a mediados de mayo del año pasado, cuando en solo dos días, 17 y 18, más de 10.000 personas cruzaron la frontera de Ceuta en medio de una crisis diplomática entre Rabat y Madrid. Unos 1.000 eran menores no acompañados. Algunos de ellos aún viven en las calles de Ceuta por miedo a ser deportados.
“No es normal que no haya recursos de continuación de la minoría de edad hacia la transición a la vida adulta. Una vez salen estos jóvenes se encuentran en un limbo legal que no les permite avanzar en su búsqueda de objetivos y la consecución de un trabajo o la documentación”, explica.
Aziz y Ali son de Marruecos y Hamidou de Guinea Conakry. Los tres escuchan a Carlos en silencio, mientras este explica el panorama al que se enfrentan los jóvenes, una vez dejan de ser tutelados por las administraciones. Lo miran con ojos de admiración, los mismos que se ponen a un padre o a un hermano mayor cuando habla. “Me gusta ser realista con ellos y hacerles ver que la realidad es que la sociedad tiene un rechazo hacia ellos. Si nosotros tenemos dificultades para salir adelante, ellos tienen que hacer otro esfuerzo más para poder seguir”, reconoce.
Tras cumplir los 18 años se ven en la calle y sin poder regularizar su situación
Los tres chicos viven en los pisos de la Fundación Canaria Main. Cada uno de estos alojamientos tiene ocho plazas, con la intención de poder trabajar con ellos de forma individualizada y hacerles una intervención integral. En una de las viviendas viven, en estos momentos, ocho chavales y en la otra cinco. En unos días, esta última recibirá nuevos inquilinos.
Hamidou ha sido uno de los últimos en mudarse al piso. Ha sido el primero en inaugurar el María Auxiliadora II. La patera en la que viajaba arribó en Fuerteventura en julio de 2020. La Isla fue la última parada de un viaje que inició un año antes en Guinea Conakry y que le llevó a cruzar las fronteras de Mali, Argelia y Marruecos. Atrás dejaba unos padres, tres hermanos y un país, Guinea Conakry, que suma dictaduras y golpes de estado hasta perder la cuenta. El último fue el pasado mes de septiembre cuando un grupo de militares bajó del poder al coronel Alpha Condé, acusado de convertir su mandato en un hostigamiento a opositores y voces críticas.
Poco después de llegar a Fuerteventura, Hamidou pudo llamar a sus padres y decirles que había llegado a Europa. Del otro lado del teléfono, escuchó a sus padres dar gracias a Dios y pedirle que aprovechara las oportunidades y estudiara para luego poder tener un trabajo.
El joven guineano asegura que en la antigua colonia francesa no se puede salir de noche. “La policía mata a la gente”, sostiene. “En Fuerteventura, hay seguridad, se puede estudiar y vivir mejor”, dice alegre.
Hamidou tuvo la suerte de que, nada más cumplir los 18 años, pudo acceder a uno de los recursos de la Fundación Canaria Main. Se libró de tener que buscar algún compatriota que le dejara estar en su casa; la complicidad de un educador que le permitiera dormir unos días en su domicilio o, en el peor de los casos, tener que recurrir a dormir a la intemperie. Esa es la realidad a la que se enfrentan muchos de los jóvenes tras dejar el centro de acogida de menores.
El día que le dijeron que iba a tener un techo, comida y oportunidades de la mano de la Fundación Main también telefoneó a su casa. Sus padres se pusieron contentos de nuevo. Desde Guinea Conakry volvieron a decirle que “lo aprovechara y que hiciera las cosas bien”. Ahora estudia el acceso a grado medio. De momento está sacando buenas notas, asegura. Le gustaría estudiar una carrera de electromecánica.
Los menores extranjeros no acompañados se han convertido en el azote de los grupos de la ultraderecha. Están en la diana de los discursos del odio; se les estigmatiza y se les trata como si fueran un peligro para el país de acogida, además de unos mantenidos por el sistema.
La fundación les acompaña en el tránsito a la vida adulta y a arreglar los papeles
Hamidou no oculta el rechazo que le producen todos estos estigmas, “si venimos aquí es porque en nuestro país va mal la cosa. Solo hacemos el viaje para tener un mejor futuro, poder trabajar y ayudar a las familias. Todo somos humanos e iguales y se nos debe tratar igual”.
El reloj marca las doce del mediodía. En los hogares María Auxiliadora I y II hace horas que se hicieron las camas, se limpiaron los espacios comunes y se sabe la comida que ese mediodía llegará hasta la mesa. Carlos Lorente explica que los jóvenes que llegan a estos recursos tienen que conseguir unos objetivos y llevar a cabo una serie de cumplimientos formativos dentro de la casa que “van enfocados a hechos y características para la transición a la vida adulta”.
Los jóvenes están, en estos momentos, estudiando el acceso a un grado medio. Dentro del hogar, también conocen una serie de requisitos para llevar adelante una casa. Aprenden a organizar la vivienda, elaborar un menú o hacer una compra de forma económica. En definitiva, organizar la vida a la que se enfrentarán el día que dejen atrás los pisos de la Fundación.
Aziz, Hamidou y Ali, en Puerto del Rosario.
Laberinto burocrático
Conseguir el permiso de residencia supone para los jóvenes extranjeros que llegan solos a España un quebradero de cabeza. Antes de la reforma del Reglamento de la Ley de Extranjería no podían renovar su residencia sin acreditar medios de vida propios, algo imposible si no se les dejaba trabajar.
Hamidou espera poder estudiar electromecánica y Aziz llegar a ser futbolista
La reforma reduce trámites y exigencias que impedían vivir y trabajar a los menores y jóvenes que habían viajado solos a España. Antes del cambio, los requisitos para conseguir el permiso de trabajo, más allá del de residencia, eran contar con ofertas de contrato de un año a jornada completa o medios propios de vida. Desde que entró en vigor el cambio, la segunda semana de noviembre, conseguir autorizaciones de trabajo y residencia resulta más fácil y rápido.
La Fundación Canaria Main los acompaña en el laberinto burocrático que supone lograr la documentación. “Una vez tengan completada su formación y su documentación en condiciones y empiezan a hacer la prospección laboral con empresas de aquí y de la Península”, explica Carlos.
Aziz tiene muchos sueños en su cabeza, pero, al final, todos se resumen en poder conseguir los papeles y regularizar su situación. Otro de ellos es ser futbolista. Entrena con un equipo de la Isla, aunque la falta de papeles le impide poder saltar al campo con sus compañeros a disputar un partido de competición.
En junio, llegó al piso María Auxiliadora I. Dos años antes, el 15 de mayo de 2019, lo hizo a Fuerteventura a bordo de una patera. Procede de una zona cercana a Marrakech. “Me vine para cumplir el objetivo de sacar la ESO, ser futbolista y poder ayudar a la familia”, sostiene el joven.
Aziz reconoce la dura situación que sufren los menores extranjeros acogidos en centros, una vez alcanzan la mayoría de edad. “Te puedes ver en la calle, sin un sitio donde poder comer, ni dormir y sin permiso de residencia. Todo eso es muy chungo”, asegura mientras mira al suelo y piensa.
Un día se le puso delante del camino la posibilidad de entrar en uno de los recursos de Main. No lo dudó. “Estoy muy contento. He encontrado un sitio donde dormir, comer y cumplir los objetivos que me había planteado desde pequeño”, comenta. Espera convertir sus dotes con el balón en una profesión. Si no llega a futbolista, no descarta estudiar para ser entrenador.
El día que Ali se marchó a Europa no dijo nada en su casa. Salió de su barrio, en Guelmim, Marruecos porque allí “la vida es muy difícil sin trabajo”. Desde que se abrió la ruta canaria en 1994, Guelmim ha sido el punto de partida de centenares de jóvenes que han venido al Archipiélago en busca de un futuro.
Ali no les contó a sus padres el viaje. Se fue sin decirles nada. “Si se lo hubiera dicho a mi madre, no me habría dejado subir a la patera. Me vine sin avisar a nadie. No quería dejarlos tristes pensando que estaba dentro del mar”, comenta.
Consiguió llegar a Fuerteventura, después de una dura travesía. La primera noche en la Isla fue difícil. “No conocía a nadie”, recuerda. Después fue derivado a un centro de menores. “Allí, se me abrió una puerta. Tenía donde dormir, ducharme y comer”, señala. Aunque reconoce que, a veces, la convivencia con otros menores no era fácil en el centro, Ali solo recuerda cosas buenas de aquella época.
Fue feliz, o lo intentó, hasta que la puerta que se le abrió en el centro a su llegada a la Isla se cerró. El motivo era haber cumplido los 18 años. Intentó salir adelante, pero le fue muy difícil. Viajó a Gran Canaria para intentar arreglar el pasaporte, luego a Tenerife en busca de una oportunidad laboral, pero el trabajo no llegó. Muchas noches ha tenido que dormir en la calle. Hace un tiempo que se le volvió abrir una puerta. Al otro lado, estaba la Fundación Canaria Main, que le propuso vivir en uno de los pisos de Fuerteventura. No lo dudó. Ya se ha matriculado y este mes de enero empezará a estudiar el acceso a grado medio. Su sueño es ser camarero. Cuando estaba en el centro de menores pudo hacer una formación en hostelería. Se ve en algún hotel o restaurante, bandeja en mano, atendiendo clientes, aunque tiene claro que no rechazará cualquier trabajo que se le ponga en el camino.
El día de Reyes, Aziz, Ali y Hamidou se despertaron con un paquete a su nombre. Los tres de Oriente también se acordaron del resto de jóvenes que viven en los pisos de la Fundación Canaria Main. La organización hace tiempo que recibió su regalo. Saber que dos de los chicos, un marroquí y un subsahariano, que residían en el María Auxiliadora, han conseguido sus objetivos: su documentación y un trabajo en la Península.
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