Sani Ladan, autor de ‘La luna está en Duala y mi destino en el conocimiento’
“Urge crear vías seguras para que los migrantes no pongan su vida en peligro”
Sani Ladan, autor de ‘La luna está en Duala y mi destino en el conocimiento’
Sani Ladan, activista de Camerún, presentó en Fuerteventura su libro autobiográfico La luna está en Duala y mi destino en el conocimiento. Participó en el programa literario Voces desde la Frontera, donde además de contar su impactante ruta migratoria hasta España en 2011 analizó la injusticia que sufren numerosos migrantes y las políticas de extranjería. Educador social, experto en migración, antirracista y activista por la defensa de los derechos humanos y graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Loyola de Andalucía, Sani desea regresar al continente africano para trabajar en la defensa de la reforma de la unidad africana.
-Recuerda su infancia como una etapa feliz, dentro de una familia respetuosa, con valores, que le apoyaba en los estudios y era un alumno sobresaliente. Sin embargo, con 15 años decide abandonar su hogar de Camerún. ¿Qué le empuja a tomar esa decisión?
-Lo único que quería era estudiar, porque gané una beca para Quebec (Canadá), pero era una estafa, porque pedían dinero a mis padres, y si no se la daban al mejor postor. Ahí me di cuenta de que vivía en una realidad y en un país sin oportunidades. Lo que hice a esa edad fue una locura, no volvería a repetirlo, pero en ese momento no lo pensé, aunque he tenido mucha suerte y nuevas oportunidades. Mi familia era respetuosa, cariñosa, no me faltaba de nada. De hecho, mis padres me han preguntado muchas veces qué hicieron mal para que cometiera esa locura, pero yo les he repetido que no fue su culpa, sino del sistema. Se quedaron muy traumatizados. En el libro explico que mi infancia fue la mejor etapa de mi vida, era feliz junto a mis padres y mis hermanos, y tenía unos amigos maravillosos. Cuando me fui de Camerún sólo pensaba en poder estudiar, no en emigrar sino en formarme en otro país. Pero luego, las puertas se van cerrando y no veía otra salida más que intentar seguir y salir de África o volver a casa. En varias ocasiones estuve a punto de abandonar. En ese viaje me encontré a mí mismo y entendí mi vida. Miraba el cielo y hablaba con mi madre, a través de la luna, y recordé las palabras de mi padre: “El conocimiento hay que ir a buscarlo, esté donde esté”.
-En el libro describe su paso por diferentes países de África y los malos tratos que reciben muchas personas en los lugares de acogida.
-Sí, en cada país viví algo diferente. Luego, el trato que reciben muchos migrantes es inhumano, por eso yo quise convertirme en activista, no podía quedarme sin hacer nada ante tanta injusticia, el sufrimiento de tantos jóvenes en las fronteras y lugares de acogida. Existen tantas formas de emigrar como personas y todas son diferentes. Para mí, todo el proceso migratorio fue duro y el libro ha sido una terapia. La memoria es selectiva y olvida lo malo, por eso quería escribir antes de olvidar lo vivido. Relato mi paso por el Monte Gurugú [cerca de Melilla] y la desesperación de tantas personas que llevan años esperando para cruzar. Es un horror y, si sobrevives, luego llega otro calvario en los centros de internamiento, que son como prisiones. Tu vida es una incertidumbre, te hacen sentir que no vales nada. No sabes si mañana te pueden expulsar o dejar libre. En mi caso, ingresé en el CETI [Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes] de Ceuta, donde estuve bien. Es un centro de régimen abierto y gracias a un compañero conocí la Asociación Elín, donde aprendí español y a donde siempre vuelvo. Luego salió mi nombre en una lista. Me iba “con maleta”, que significa que me mandaban a otro centro y vino lo peor: dos meses en el CIE [Centro de Internamiento de Extranjeros] de Tarifa, donde hay torturas, malos tratos, y se vive en jaulas. No te dejan estudiar, ni hacer nada. Yo propuse dar clases de español porque muchos de los que estaban allí no habían pasado por Ceuta y conseguí que la estancia fuera más agradable. No había traductores y, como hablaba varios idiomas, me cogieron para traducir. Lo más chocante era la falta de información acerca de nuestro estatuto, derechos y deberes. Muchos chicos querían tramitar la solicitud de asilo pero nadie atendió a sus peticiones. Unos eran deportados y otros liberados, todo era muy injusto.
“Se necesita una política que ponga en el centro los derechos de las personas”
-Ahora, en su faceta como activista, ha criticado las políticas migratorias de acogida. ¿Considera que se deben crear rutas seguras para evitar tantas muertes?
-Hacen falta cambios estructurales. La ruta por Canarias en cayucos es una de las peligrosas. También ver a los chicos saltar la valla fue muy traumático, y cruzar a la playa de El Tarajal. España es un país de frontera, es la puerta de Europa y aplicar una política coyuntural a algo estructural como es la migración no es normal. España no es Noruega, está en primera fila y no puede tomar las llegadas como algo nuevo o inesperado. Se ponen parches en centros como Las Raíces (en Tenerife). Existen puntos conocidos como “calientes” con retención de inmigrantes, en espacios que son cárceles a cielo abierto. Se necesita una política estructural que ponga en el centro los derechos de las personas migrantes, con una acogida digna, y buscar herramientas para la integración en su entorno. Esas personas pueden aportar mucho a la sociedad en la que se encuentran. También considero que hay posibilidad y se deberían crear vías seguras para que las personas no pongan en peligro su vida en ese proceso migratorio. Hay países que aplican políticas más respetuosas con los derechos humanos, es lo único que se pide. Tener derecho a quedarse o derecho a salir, ahí está la doble cuestión. Derecho a quedarse quiere decir mejorar la relación económica, comercial, colonial que hay entre Europa y África. Una vez que sane esa relación la gente puede decidir quedarse en su país o salir de una forma digna. En mi opinión, cerrar las fronteras y tanta violencia en ellas no tiene sentido. La historia de la valla es reciente, antes no era ni tan alta ni tan peligrosa. Su estado actual sólo ha generado dolor, muertes, heridas de gravedad en muchas personas... pero no ha logrado disuadir a nadie, y mientras todo siga igual siempre habrá gente intentando saltar.
-También ha criticado las devoluciones en caliente.
-Sí, las organizaciones internacionales han denunciado las devoluciones en caliente, de adultos y de tantos menores, incumpliendo todas las leyes. Existen tratados internacionales y se deben respetar. Si los gobiernos ratifican esos tratados deben respetarlos. Por ejemplo, resulta inexplicable que, pese a las reiteradas advertencias realizadas por el Consejo de Europa a lo largo de los últimos años, en relación a este tipo de prácticas, se sigan cometiendo irregularidades que han sido denunciadas. Un ejemplo es la reciente sentencia del Tribunal Supremo al confirmar que la devolución de 45 menores desde Ceuta a Marruecos en agosto de 2021 fue ilegal. En este caso, el alto tribunal recuerda al Gobierno su “absoluta inobservancia” de la Ley de Extranjería en una operación que lideró el Ministerio del Interior. Esa ley ya dice que antes de ejecutar una expulsión se debe abrir un procedimiento administrativo para conocer la situación individual. Me parece muy importante la labor de personas como la abogada Patricia Patuca Fernández y su trabajo con las personas en exclusión social. Fue una de las abogadas del caso El Tarajal cuando, en febrero de 2014, un grupo de inmigrantes falleció intentando cruzar a nado la playa de Ceuta y, mientras, la Guardia Civil trataba de disuadirles lanzando gas lacrimógeno y disparando pelotas de goma. Tres años antes crucé yo, recibí un pelotazo en la espalda pero logré sobrevivir, una ola me impulsó a la playa y llegué inconsciente, fue un milagro. Hay que agradecer el trabajo de Patuca con jóvenes refugiados y migrantes que viven la discriminación, la falta de oportunidades y muchas veces la exclusión más absoluta.
-Comenta en el libro que fue consciente de su color de piel en el norte de África.
-Después de atravesar tantos países y lugares por el continente, en el norte de África fui consciente de que era negro. En Camerún nunca reparé en mi color de piel, pero cuando llegué a Marruecos, me dijeron que me escondiera, que no podía caminar libremente si andaba sólo por las calles. Existe una negrofobia exacerbada en el norte de nuestro propio continente de la que se habla muy poco.
“Existe una negrofobia exacerbada en el norte de África de la que no se habla”
-Una vez en España insistía en estudiar pero, ¿fue sencillo o le cerraban las puertas?
-Sí, en mi caso una ONG me vino a buscar al CIE para llevarme a un centro a Las Norias, Almería, donde era obligatorio trabajar en los invernaderos. Muchos salían temprano pero regresaban porque no les habían cogido para ese día. Cuando quise saber cómo podía estudiar la respuesta del director del centro me dejó helado: “¿A quién has visto estudiar de todos los que vienen como tú?”. Empecé a dar clases de español a los chicos, pero el director me llamó y me dijo que estaba revolucionando a mis compañeros y afirmó que siempre tenía problemas con los cameruneses, porque nos creíamos muy espabilados. Sus palabras me hirieron y no quise ni contestar. A partir de ahí empecé a pensar en marcharme de allí. Al final, para poder salir tuve que dejar todas mis pertenencias como garantía de que volvería a saldar mi deuda de transporte. De allí pude viajar a Córdoba, una ciudad que se convirtió en mi hogar. Las políticas migratorias no ayudan a las personas que quieren estudiar y formarse, encuentras muchos problemas, mucha burocracia, y parece que tienes que conformarte con trabajar en lo que sea para sobrevivir. Me duele escuchar que los inmigrantes vienen atraídos por las ayudas que conceden los países de destino, y eso es falso y alienta la xenofobia. La elección de un destino no se hace por eso, la mayoría ni conocen esas ayudas. Eligen un lugar en el que tengan amigos o familiares en los que apoyarse, en función del mercado laboral y oportunidades de trabajo. Y también por la relación histórica y colonial entre su país de origen y el destino, ya que comparten idioma y lazos culturales.
-Afirma que no quiere que se le haga tarde para regresar a África. ¿Qué quieres decir con eso?
-Sí, me gustaría trabajar en África. En el libro cuento que estuve meses sin ponerme en contacto con mi familia y amigos para decirles que estaba bien. La primera llamada la hice ya en el centro de Ceuta. Escuchar la voz de mi madre se convirtió en una esperanza. A los siete años de salir de mi casa pude volver a reunirme con ellos. En España tengo un nuevo hogar, amigos y he podido estudiar, pero quiero volver al continente. Efectivamente, no quiero que se me haga tarde para regresar a África porque considero que hay mucho por hacer. Quiero estar en un lugar en el que pueda aportar y se me necesite. Siento una profunda necesidad de contribuir en la reforma de la Unión Africana, para que sea verdaderamente nacional y no una herramienta a las órdenes de Occidente.
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